Autor: Redazione

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Las confesiones de San Agustín: cómo cambiar su propia vida

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Las Confesiones de San Agustín son el testimonio de un camino de fe y de autoconocimiento atemporal

Las Confesiones de San Agustín constituyen la autobiografía y la suma del pensamiento espiritual y humano de Agustín de Hipona, Padre y Doctor de la Iglesia. Es también uno de los textos teológicos más hermosos y emocionantes jamás escritos dentro de la Iglesia Católica, características que lo convierten en una obra maestra imprescindible.
Escritas entre el 397 y el 400, las Confesiones de San Agustín se dividen en 13 libros, y en ellos Agustín se dirige a Dios para contarle su propia conversión, su paso del viejo yo, dedicado al vicio y al pecado, a la toma de conciencia de su nuevo «yo».

Partimos de este libro único e inmortal para recordar cómo es posible que cualquier persona, en cualquier momento, decida cambiar su existencia, sin importar lo que hayamos hecho y lo que hayamos sido antes.

De qué hablan las Confesiones de San Agustín

Ya hemos mencionado la vida de San Agustín hablando de su madre, Santa Mónica de Tagaste, patrona de todas las madres y símbolo de virtud e inquebrantable tenacidad para todas las mujeres.

Para comprender el significado profundo de las Confesiones de San Agustín debemos considerar que, durante la primera parte de su vida, este hombre elevado había sido un verdadero desenfrenado. Criado en Tagaste, en la actual Argelia, en el seno de una familia de clase media, tuvo una educación helenístico-romana. Su padre Patricio era pagano, su madre cristiana, y Agustín creció a caballo entre estas dos visiones del mundo muy diferentes, a pesar de que su madre lo influyó mucho cuando era niño. « Desde mi más tierna infancia llevaba dentro de lo más profundo de mi ser, mamado con la leche de mi madre, el nombre de mi Salvador, Vuestro Hijo» escribirá en una de sus Confesiones. Al crecer, a pesar de demostrar ser un excelente estudiante, Agustín mostró signos de creciente inquietud, lo que lo llevó a entregarse a una vida de libertinaje y placer, que se agravó aún más cuando con apenas diecisiete años se mudó a Cartago, ciudad que ofrecía mucho más ocio y diversión y oportunidades de pecado.

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También se dedicó al estudio de la filosofía helenístico-latina. Entre otras cosas, leyó el Hortensio de Marco Tulio Cicerón, quien arrojó en él el germen del cambio que vendría después, impulsándolo a abrir los ojos a su propia conducta.
Luego se acercó al Maniqueísmo, fascinado por el concepto de la lucha entre el bien, representado por el mundo espiritual, y el mal, representado por el mundo material, pero también por un acercamiento al mundo libre de los vínculos de la fe, dedicado a una explicación científica de la naturaleza propuesta por los maniqueos.
Agustín abrazó esta filosofía con gran entusiasmo, estudiando y difundiendo, involucrando también a amigos y conocidos, y al finalizar sus estudios regresó a Tagaste para convertirse en profesor de gramática. Su madre nunca dejó de sufrir por la elección herética de Agustín y no tuvo paz hasta que él decidió alejarse de los maniqueos, decepcionado al darse cuenta de que ni siquiera ellos podían responder todas las preguntas sobre la vida y la creación que lo atormentaban.

Agustín se mudó a Italia a la edad de 29 años y consiguió trabajo como profesor en Milán, donde sobresalió la influencia del Obispo Ambrosio. El encuentro con este excelente hombre lo habría cambiado de manera radical, junto con el descubrimiento de la filosofía Neoplatónica. En todo esto siguió luchando su propia batalla personal contra las tentaciones y pasiones que lo dominaban sin poder dominarlas. Con el tiempo, sin embargo, y siempre apoyado y alentado por su madre, volvió a abrazar el Cristianismo, dándose cuenta de que en él podía encontrar la respuesta a todas sus dudas y conflictos interiores. Poco a poco, Agustín reunió en el pensamiento cristiano todas las intuiciones que le despertaba la filosofía platónica y comenzó a descuidar los vicios y los placeres, dedicando sus días únicamente a la búsqueda de la verdad. En 387 volvió a Milán para ser bautizado por Ambrosio. Poco después, su madre Mónica murió.

Qué lo impulsó a escribir estas confesiones

Es en este momento de su vida que Agustín, ahora con 44 años, escribe las Confesiones, en el culmen de una muy variada experiencia de estudio y sobre todo de vida, y de una crisis espiritual que lo había llevado a encontrar finalmente su propio camino. Él mismo escribirá, como motivación para haber decidido emprender esta obra: “Quiero recordar mis pasadas fealdades y las carnales inmundicias de mi alma, no porque las ame, sino por amarte a ti, Dios mío”.

En el libro X de las Confesiones explicará los motivos que le impulsaron a escribir la obra: no se trata sólo de reconocer y admitir los propios pecados, sino de descubrir, mediante la confesión de los mismos, que sólo en Dios está la verdadera alegría y que sólo reconciliándose con Dios por medio de Cristo puede el hombre encontrar su propio camino. Es precisamente la conciencia de cómo era su vida antes lo que hace que esta afirmación tenga más sentido que nunca.

Las Confesiones en breve

Aquí están las Confesiones brevemente resumidas.

Libro I

Invocación a Dios, recuerdos de infancia, consideraciones sobre los niños y la escuela, culpable de haberlo alejado de Dios.

Libro II

Luego habla de su turbulenta juventud y cuenta un emblemático robo de peras realizado sólo por el sabor de lo prohibido.

Libro III

Agustín recuerda los pecados cometidos en Cartago, el amor por el teatro, los ocios, pero también el encuentro con los libros de Cicerón y cómo empezó su búsqueda de la sabiduría y la verdad, hasta unirse al maniqueísmo.

Libro IV

Todavía habla de los maniqueos, pero también del concubinato en el que vive con una mujer, de su trabajo como profesor de retórica en Tagaste, de la muerte de un amigo, de los concursos literarios que lo vuelven orgulloso y arrogante, alejándolo aún más de Dios.

Libro V

De Cartago, Agustín se traslada a Roma, cansado de los subterfugios de sus alumnos y destrozado por las dudas sobre las disciplinas maniqueas. Luego vuelve a subir a Milán, donde escucha hablar a san Ambrosio por primera vez. La fe cristiana vuelve a insinuarse en él.

Libro VI

Agustín tiene 30 años y se divide entre los estudios y las conversaciones con amigos, pero las pasiones y debilidades de la carne aún lo persiguen. Decide dejar a su concubina y casarse, pero está lleno de dudas.

Libro VII

En busca de las respuestas que esclarezcan el origen del mal y por qué Dios acepta que el mal existe, Agustín se aleja cada vez más de las fábulas de los Maniqueos y se abraza al Neoplatonismo. Empieza a tener la idea de que el mal no es más que una consecuencia de alejarse de Dios, y que el hombre es lo que ama, por lo que si el hombre ama a Dios no debe temer a nada.

Libro VIII

El tiempo para la conversión ha llegado ahora. Agustín habla con Simpliciano y otros estudiosos. Un día, mientras está en un jardín, escucha a un niño gritar: «¡Tolle lege, tolle lege!» toma y lee, toma y lee, y él toma las Cartas de San Pablo en su mano y lee un pasaje contra la concupiscencia. Luego anuncia su decisión de convertirse a su madre.

Libro IX

Agustín renuncia a la enseñanza, con todas las satisfacciones que le reporta. Pasa tiempo con amigos y con su hijo ilegítimo Adeodato, luego recibe el bautismo de San Ambrosio. La repentina muerte de su madre poco después es otro pretexto para hablar de sus errores y de la profunda influencia que ella tuvo en su vida.

Libro X

Agustín resume en este libro los motivos que le llevaron a escribir su obra. Su conclusión es que sólo Dios es la verdadera alegría, y los hombres deben entender esto, pero son continuamente extraviados por los deseos de la carne y por el orgullo. Sólo a través de Cristo los hombres pueden reconciliarse con Dios.

Libro XI

En los tres últimos libros Agustín se detiene en cuestiones filosóficas y teológicas, en Dios que creó todo a partir del Verbo, en el hecho de que hay tres tiempos: el presente del pasado (la memoria), el presente del presente (la intuición) y el presente del futuro (la espera).

Libro XII

Agustín comenta el Génesis, el paso de las tinieblas y la materia informe, y debate sobre las distintas interpretaciones de la Escritura.

Libro XIII

Agustín todavía comenta sobre la Creación.

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Historias de la Biblia para grandes y pequeños

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Las historias de la Biblia son muchas y tan apasionantes que han inspirado a innumerables artistas y escritores a lo largo de los siglos, hasta llegar a los cineastas modernos que han hecho películas y series de televisión a partir de ellas. Descubramos las razones de tanta influencia.

Las historias de la Biblia han sido una constante en la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales. No es difícil imaginar el porqué. La Sagrada Biblia es el libro más leído del mundo. Fue el primer libro impreso en Europa, después de que Johannes Gutenberg en 1455 inventara la técnica de los tipos móviles.
Pero incluso antes de eso, las historias de la Biblia circulaban por todo el mundo conocido, al principio en forma de relatos orales, transmitidos de narrador a narrador, y luego en pergaminos y manuscritos redactados por amanuenses y cronistas de todos los países y nacionalidades.

Por eso sigue siendo difícil establecer una datación exacta de la Biblia. Ciertamente, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento estamos hablando en términos de miles de años.

También es difícil determinar con exactitud cuántas copias se imprimieron y vendieron, sobre todo teniendo en cuenta que existen diferentes versiones procedentes de distintas traducciones y códigos de diferente procedencia. Una estimación aproximada habla de más de cinco mil millones de Biblias vendidas, pero es un dato que debe tomarse de manera aproximada.

Otra información que nos da una medida del éxito y la difusión de la Biblia en el mundo es el hecho de que se ha traducido total o parcialmente a más de 2.400 idiomas. Esto significa que los relatos de la Biblia son accesibles en parte o en su totalidad a más del 90% de los habitantes del planeta.

Estos datos bastan para comprender qué y cuán grande ha sido la influencia de las historias de la Biblia en el arte, la literatura, la música y, llegados al mundo moderno, también en el cine y la televisión. De hecho, hay muchísimas películas sobre la Biblia.

Hay que añadir que muchas de las historias contenidas en la Biblia son realmente apasionantes, tanto o más que muchas novelas de aventuras o sagas fantásticas que están de moda hoy en día. No faltan acontecimientos violentos y sangrientos, homicidios, masacres, venganzas y guerras, pero incluso estos dramáticos eventos son importantes porque, por un lado, demuestran la veracidad y la exactitud histórica con que los escritores bíblicos quisieron redactar sus testimonios; por otro lado, nos recuerdan cómo la Biblia habla de hombres y mujeres verdaderos, reales, y como tales falibles, expuestos constantemente a la tentación y al pecado. Esto nos hace apreciar aún más a aquellos que entre ellos han sabido distinguirse como ejemplos de rectitud, sabiduría y bondad.

Veamos algunas de las historias de la Biblia y sus extraordinarios protagonistas.

Jacob

De Jacob, el Tercer Patriarca del Judaísmo después de Abraham e Isaac, leemos la historia en el Génesis.

Era hijo de Isaac y Rebeca, hermano gemelo de Esaú, que nació antes que él, pero a quien Jacob quitó su primogenitura, porque en el momento del parto le sujetaba el talón con la mano. Por eso se le dio este nombre, que deriva de aqeb, «talón». Posteriormente, Jacob también arrebató a su hermano la bendición de su padre Isaac mediante el engaño. De hecho, Esaú se la vendió a cambio de un plato de lentejas. En aquella época, esto significaba obtener de su padre pleno poder sobre los hombres, los animales y todo lo que pertenecía a la tribu. No es casualidad que el nombre de Jacob también signifique «el suplantador».

A Jacob también se le conoce por el nombre de «Israel», de la raíz shr, «luchar», y El, «Señor».
« Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido» (Génesis 32,29).

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El verso y el apodo derivan de un episodio emblemático de la vida de Jacob, que una noche se enzarzó en una lucha sin cuartel contra un hombre desconocido, probablemente un Ángel del Señor. Al acercarse el amanecer, y después de haberlo dejado casi cojo golpeándole el nervio ciático, el desconocido rogó a Jacob que lo dejara marchar. Éste consintió, pero intuyendo el origen sobrenatural en su adversario, quiso su bendición a cambio, y fue entonces cuando el hombre le dio el nombre de Israel. El nombre es profético, ya que de los doce hijos que Jacob tuvo de sus esposas legítimas y dos esclavas se originaron las doce tribus de Israel.

Las características de Jacob fueron, por tanto, la astucia y la fuerza, consideradas por el pueblo de Israel como dotes valiosas y envidiables. Acostumbrado a luchar contra los hombres, su hermano en primer lugar, para conseguir lo que desea, Jacob no duda en utilizar la astucia y el engaño para obtener los objetivos que se propone, y se niega a dejarse doblegar por los acontecimientos. Incluso su lucha contra Dios es en realidad un signo de grandeza: al darse cuenta de contra quién está luchando, Jacob depone su orgullo e invoca la bendición de su adversario, que a cambio lo elige como jefe del pueblo de Israel.

Jacob es venerado por la Iglesia Católica el 24 de diciembre, con los demás patriarcas del Antiguo Testamento.

Jacob tuvo muchos hijos, entre los cuales el preferido fue José.

José y sus hermanos

La historia de José, que, tras ser vendido por sus hermanos, envidiosos del favor que le concedió su padre Jacob, a unos traficantes de esclavos, se convirtió en ministro del faraón y Virrey de Egipto, ha inspirado siempre a muchos escritores y artistas. Hay películas dedicadas a él, incluida una de animación, Joseph: Rey de los sueños, realizada por DreamWorks, que tuvo un éxito mundial y es también muy popular entre los niños. La túnica de muchos colores que Jacob quiso regalar a su hijo predilecto también inspiró un musical, Joseph y el increíble abrigo de ensueño en tecnicolor, creado por Andrew Lloyd Webber y Tim Rice.

Más allá de su fama reciente, José es también un patriarca del Antiguo Testamento, y de sus hijos Manasés y Efraín descienden dos de las tribus de Israel. Después de haber sido vendido por sus envidiosos hermanos, utilizó su capacidad de interpretar sueños para convertirse en ministro y consejero del faraón. Interpretó para este último el famoso sueño de las vacas gordas y las vacas flacas, y así consiguió salvar a todo Egipto, y también a su padre Jacob y a las tribus de Israel de una terrible carestía que duró siete años.

Sansón y Dalila

También la historia de Sansón y Dalila, al igual que pinturas, obras literarias y musicales, ha servido de inspiración para muchas películas, gracias sobre todo al componente amoroso y trágico que contiene.

Sansón era un juez que había recibido como don de Dios una fuerza sobrenatural. Su nombre deriva de Shimshon, «pequeño sol», y esto hizo pensar durante algún tiempo que él mismo podría ser una especie de semidiós. Su nacimiento había sido anunciado por un ángel que había revelado a su madre que, una vez crecido, su hijo liberaría a Israel de los invasores Filisteos, y le había recomendado que nunca le cortara el pelo.

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En la tradición cristiana latina, Sansón asumió rasgos comunes con Hércules, aunque en él la fuerza física siempre se combinaba con los dotes espirituales, creando un arquetipo del héroe cristiano que se sacrifica a sí mismo. De hecho, incluso las aventuras que Sansón afronta a lo largo de su vida recuerdan en cierto modo a las fatigas de Hércules. A menudo se enfrenta a los Filisteos, convirtiéndose en una verdadera espina clavada en su costado.

Cuando Sansón se enamora de Dalila, los Filisteos le ofrecen mucho oro a cambio de su ayuda para capturar a Sansón. Ella se esfuerza por descubrir el secreto de su prodigiosa fuerza y, tras muchos intentos infructuosos, consigue finalmente que el héroe confiese que su fuerza reside en su cabello. Así, hace que lo rapen y lo entrega a los Filisteos, que lo encadenan y lo encarcelan, después de haberlo cegado. Posteriormente lo sacan de la prisión para exhibirlo en una ceremonia solemne, pero entretanto le ha vuelto a crecer el pelo y, aunque ciego, Sansón consigue derribar el edificio empujando las columnas que lo sostienen, al grito de «¡Muera yo con los Filisteos!».

La reina Ester

Su nombre en hebreo significa «me esconderé». Ester, que en realidad se llamaba Hadassah, «mirto», toma este nombre para ocultar su origen judío cuando entra en el harén del rey Asuero como su esposa.

Sólo más tarde revelará su verdadera identidad para salvar a los Judíos de la masacre ordenada por el primer ministro Amán. Al enterarse del plan del ministro, se sometió a un ayuno de tres días, luego se presentó al rey y le pidió ir a cenar con Amán. Delante de todos reveló su origen judío y dijo que Amán quería la muerte de todos los judíos.

Con su coraje convenció al rey para que intercediera por su pueblo. Así nació la fiesta del Purim, que aún hoy se celebra los días 14 y 15 de marzo.

Historias de la Biblia para niños

Incluso los niños pueden apreciar muchas de las historias de la Biblia. Obviamente, hay que acercarse a ellas de la manera adecuada, adaptando las historias y los personajes a su edad y sensibilidad. Hay muchos libros escritos específicamente para acercar a los niños al Cristianismo a través de la narración de historias de la Biblia.

Si queremos proponer a los niños historias bíblicas, podemos empezar por las que son fáciles de contar incluso a los más pequeños, como las tres parábolas de la misericordia. La historia de la oveja perdida (Lucas 15,1-7) o de la moneda perdida (Lucas 15,1-10), o también la del hijo pródigo (Lucas 15,11-32) son adecuadas para ser contadas incluso a niños muy pequeños, y les enseñan la importancia del arrepentimiento y, sobre todo, el inmenso amor de Dios, que está dispuesto a acogernos de nuevo y a amarnos a pesar de nuestros errores.

Siguiendo en el ámbito de las parábolas, la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37) también puede ayudar a los niños a entender el mensaje de Jesús de amar al prójimo como a uno mismo. La parábola de la vid y los sarmientos (Juan 15,1-11) les enseñará que solos no somos nada, como un sarmiento desprendido de la planta y no cuidado por el agricultor (Dios), condenado a secarse y ser quemado. Sólo permaneciendo unidos a Dios podemos dar fruto.
La parábola de los talentos (Mateo 25,14-30) muestra a los niños cómo Dios concede a todos dones espirituales que cada uno de nosotros debe poner en práctica, ya que de lo contrario son inútiles.
Otro ejemplo es la parábola del sembrador (Mateo 13:3-8;19-23), que muestra cómo cada persona puede acoger la Palabra de Dios, contando lo que ocurre con las distintas semillas que caen en el camino, entre las piedras, entre las espinas y, finalmente, en la tierra buena, donde pueden dar mucho más fruto.
Finalmente, la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18,9-14) enseña el valor de la humildad.

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La descendencia de Abraham, es decir la genealogía de Jesús, tiene una importancia fundamental en la historia del Cristianismo y puede considerarse un compendio de toda la historia del pueblo judío. Descubramos por qué.

¿Por qué en el primer libro del Evangelio de Mateo y en el tercer libro del Evangelio de Lucas, para introducir la historia de Jesús, se relatan respectivamente la descendencia de Abraham, que parte de él y termina con Jesús, y una genealogía aún más amplia, que tiene su origen en la figura de Adán?
La razón es sencilla. En la época en que se escribieron los Evangelios, todavía se consideraba de suma importancia contextualizar los hechos de los que se quería hablar en un marco histórico documentado que tuviera una base sólida y no pudiera ser cuestionado.

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Jesús parte de la historia del pueblo judío

Empezar la historia de un personaje enumerando su genealogía era típico, sobre todo en el mundo oriental. En el caso de los Evangelios, pues, la necesidad de crear en torno a la figura de Jesucristo una base histórica que lo vinculara de manera incontestable a la historia del pueblo judío, resulta aún más evidente. A través de estas dos genealogías, Jesús se convierte en parte integrante de la historia del Judaísmo y de sus tres grandes Padres: Abraham, Moisés y David. Para los cristianos procedentes del judaísmo, era fundamental poder situar la figura de Jesús en la historia de su pueblo y de los Padres. También era una forma de apoyar la pretensión de la comunidad cristiana de reconocer a Jesús como el Mesías.
No es casualidad que en ambas genealogías José no sea presentado como el padre biológico de Jesús, sino como su padre adoptivo. Los dos evangelistas necesitaban crear un parentesco entre el Mesías y el Rey David, vinculándose con la profecía del profeta Isaías:

“Un retoño brotará del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. (…) El lobo habitará con el cordero, y el leopardo se recostará con el cabrito. El ternero y el cachorro del león crecerán juntos, y un niño pequeño los conducirá” (Isaías 11,1-10)

Isaí, o Jesé era el padre del Rey David.

Pero, hay más. Tanto Mateo como Lucas señalan a Jesús como el cumplimiento de la historia de la Alianza y la promesa de Salvación entre Dios y el hombre. Para Mateo esta historia comienza con Abraham, para Lucas coincide con el nacimiento mismo de la humanidad, encarnada en Adán.

Hay que decir que Mateo se dirigía sobre todo a los judeocristianos, por lo que situar a Abraham, considerado el Padre del Pueblo Elegido, al principio de la genealogía es una forma de enfatizar la continuidad entre el Judaísmo y el Cristianismo.
Lucas, en cambio, se dirigía también a cristianos de origen pagano, que no habían conocido las tradiciones del mundo judío. Por eso remonta el origen de Jesús aún más atrás, hasta Adán, a quien define como Hijo de Dios, situando la figura de Jesús en un contexto más amplio, que hace referencia a las distintas dinastías judías y a los diez patriarcas antediluvianos (Adán, Set, Enós, Cainán, Malálel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec, Noé) y a los diez patriarcas postdiluvianos (Sem, Arfaxad, Shelah, Eber, Peleg, Reu, Serug, Nahor, Taré, Abraham).

Judaísmo y cristianismo, diferencias

Toda esta preocupación de Mateo por valorar la descendencia de Abraham hasta llegar a Jesús, y de Lucas por ir aún más lejos, hundiéndose en las raíces mismas de la humanidad, nos reenvía a las diferencias entre judaísmo y cristianismo, que ya hemos examinado en un artículo anterior. Para un Cristiano, es algo natural pensar en Jesús como el hijo de Dios, ya que toda la educación religiosa que recibe desde temprana edad gira precisamente en torno a esta ineludible identidad Suya. Para los Judíos de hoy, y más aún para los de la época en que escribían los evangelistas, Jesús había sido un simple profeta.

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Por lo tanto, era de fundamental importancia para convertir a los judíos al Cristianismo ennoblecer también Su figura terrenal tanto como fuera posible, a fin de hacerlo reconocible como el Mesías tan esperado.
Si la religión Cristiana comienza con Jesús, la religión Judía comienza con Abraham, el primer hombre al que Dios se dirigió. La alianza entre Dios y los hombres, siempre según los judíos, se profundizó más tarde a través de Moisés, que recibió de Dios los Diez Mandamientos, guía de vida y de fe.
Incluso hoy en día, honrar y perseguir la propia relación con Dios a través del estudio y la oración, remontándose a lo que hicieron los Padres antes que él, es uno de los deberes fundamentales de todo judío. He aquí otra confirmación de la importancia de las genealogías de Mateo y Lucas.

El valor de los números

No debemos olvidar tampoco el valor simbólico de las dos genealogías. Mientras tanto, observamos cómo se repite el número siete, el número preferido en la tradición judía, que indica la asociación con Dios y representa la santificación y la purificación. Sólo por poner un ejemplo, las fiestas judías más importantes duraban siete días, y la Menorá, el candelabro símbolo de la religión judía, tiene siete brazos.

El número tres tenía también un valor simbólico: repetir tres veces un gesto o una palabra los cargaba de un poder y una completitud mayores. En las Sagradas Escrituras, el número tres se repite a menudo: pensemos en las tres tentaciones de Jesús, en Pedro que niega tres veces al Maestro, y así sucesivamente.

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En la genealogía de Mateo, que comienza con Abraham y termina con Jesús, podemos identificar tres grupos de catorce nombres (múltiplos de siete), es decir, seis septenarios. Jesús es el primer nombre del séptimo grupo.
En la genealogía de Lucas, que va de Adán a Jesús, los nombres contemplados son los de setenta y siete antepasados, que podemos dividir en once septenarios. Jesús es el primer nombre del duodécimo grupo.

Las referencias numéricas son muchas y otras, y nos hacen darnos cuenta de cómo estas genealogías no deben leerse como documentos del registro civil, sino como documentos teológicos, en los que todo está orientado a expresar un mensaje espiritual de la forma más convincente posible.

Jesús, Adán y el árbol de la vida

Hemos dicho que para Lucas la historia de la Salvación comienza con nuestros antepasados, Adán y Eva, y termina con Jesús. Profundizar en el vínculo entre Jesús y Adán requeriría mucho más espacio, porque es realmente fundamental en la historia de la religión cristiana.

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Adán fue el primer hombre, creado por Dios a Su imagen y semejanza, y sin embargo falaz, hasta el punto de traicionar la confianza de Su Creador y cometer el Pecado Original.
Jesús, hombre nuevo, Dios hecho carne, es el nuevo Adán, vuelto al mundo para salvar a la humanidad de sus pecados. Donde Adán era imperfecto, Jesús es la perfección, y en Su sacrificio la humanidad redescubre la inocencia perdida del Edén, y con ella el don de la inmortalidad que una vez estaba garantizada por los frutos del Árbol de la Vida, que crecía en el corazón del Paraíso terrenal. En Jesús, el Árbol de la Vida vuelve a florecer, y es la Cruz, símbolo de amor infinito y vida eterna para quienes estén dispuestos a comer su fruto.

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Las mujeres en la genealogía de Jesús

Un elemento sorprendente en la descendencia de Abraham presentada por Mateo es la presencia de cuatro mujeres, a las que se añade María, madre de Jesús. Sorprendente e insólita, porque en las genealogías del mundo judío no existía el concepto de padres formados por hombres y mujeres, sino sólo de padres varones que engendraban hijos. Además, las mujeres mencionadas en la genealogía de Jesús, excluida su madre María, no son personajes famosos vinculados a la historia del pueblo judío, sino mujeres paganas de reputación incierta, como Tamar, protagonista de un caso de incesto, o Raab, prostituta de profesión. También Rut, que quedó viuda, concibió fuera del matrimonio a Obed, abuelo del Rey David, mientras que Betsabé que fue seducida por David a pesar de estar casada, dio a luz a Salomón.

Entre las diversas teorías sobre las razones de la inserción de estas cuatro figuras femeninas en la descendencia de Abraham enumerada por Mateo, se ha considerado la posibilidad de que, en cuanto mujeres pecadoras, todas ellas expresen el mensaje de salvación y expiación de los pecados encarnado por Jesús.

Además, todas eran extranjeras y vivían en una condición irregular con los hombres, incluida María, esposa de José, que, sin embargo, no era el padre de su Hijo.

Mateo quizá quiso mostrar la grandeza de Dios, que fue capaz de hacer madres a estas mujeres a pesar de las dificultades, o quizá ampliar la contextualización de la figura de Jesús, afirmando que no sólo tenía sangre judía, sino también extranjera, en virtud de su parentesco con estas mujeres.

Hay que decir que las cuatro pecadoras mencionadas no son los únicos personajes controvertidos presentes en la genealogía de Jesús. David, Salomón, Ajab y Manasés fueron culpables de actos indignos, incluso sangrientos.
Pero esto también forma parte del mensaje que el evangelista Mateo quiso expresar, es decir, que Jesús, descendiente de los Padres del pueblo judío, pero también encarnación de Dios, que elige descender entre los hombres, aunque consciente de sus imperfecciones, es el nuevo Adán, el hombre nuevo creado a imagen y semejanza de Dios para redimir a toda la humanidad.

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Santos pecadores. ¿Una contradicción en los términos? No siempre. Aquí están los santos que se convirtieron después de una vida marcada por el pecado

¿Se nace santo o se llega a serlo? Nacemos hombres, y mujeres, y esto basta para darnos la medida de cómo cada uno de nosotros puede ser presa del pecado, susceptible de culpa, incluso de crímenes contra los hombres y contra Dios. Así sucedió que hombres que vivieron parte de su existencia en pecado, en algún momento, se convirtieron y abrazaron la fe y la misericordia hasta convertirse en santos. Santos pecadores, por tanto, que se convierten en un ejemplo para todos nosotros, no sólo por su virtud, por las cumbres de santidad que fueron capaces de alcanzar, sino también por los abismos en los que lucharon y de los que salieron mejores. El mensaje que difunden estos personajes es un mensaje de esperanza, la esperanza de una redención que todos podemos anhelar, porque Dios siempre está dispuesto a acoger nuestras súplicas, a perdonar nuestros errores, si nosotros los reconocemos y estamos dispuestos a enmendarlos, con el corazón sincero y la humildad del penitente.

Veamos quiénes son los santos pecadores, que salieron de las tinieblas tras haber conocido la culpa, para brillar aún más brillantes para Dios y los hombres.

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San Pablo de Tarso

El dicho «Fulgurado en el camino de Damasco» deriva de uno de los santos más famosos y venerados de la Iglesia católica. Hablamos de San Pablo Apóstol, el primer, gran misionero de la Iglesia cristiana, anteriormente conocido como Saulo de Tarso y, con este nombre, feroz perseguidor de cristianos. Antes de abrazar la fe, Saulo persiguió a los cristianos, a sus ojos peligrosos subversivos, y contribuyó y participó activamente en la detención y condena de muchos de ellos. Su conversión ocurrió en el camino de Damasco, donde se dirigía precisamente a atormentar a los cristianos de la ciudad en nombre del Sanedrín de Jerusalén. Golpeado por una luz deslumbrante que lo dejó ciego, oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Y él respondió: “¿Quién eres, Señor?”; y la voz: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9, 3-7).

San Pablo Apóstol

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Con el celo religioso y el entusiasmo que lo sostuvieron durante el resto de su vida, Pablo hizo olvidar a todos sus culpas pasadas y se convirtió en el mayor misionero de la Iglesia de todos los tiempos. Afrontó con coraje el encarcelamiento y el martirio, y dejó tras de sí las Epístolas y numerosas obras que constituyen la base de la Doctrina de la Iglesia tal como la conocemos. La conversión de San Pablo es un episodio símbolo de la posibilidad de redención para cualquiera.

San Camilo de Lelis

Un matón obsesionado con los juegos de azar, frecuentador de ventorros y prostíbulos, adicto al consumo excesivo de alcohol. ¡No parece realmente el retrato de un santo! Sin embargo, así fue como San Camilo de Lellis, fundador de los Camilos y santo patrón de los enfermos, condujo la primera parte de su vida. Hijo de un oficial al servicio de España, fue un soldado de fortuna o también denominado mercenario, adicto al juego de azar hasta el punto de perderlo todo y encontrarse a vivir del cuento. Recibido en el Convento de Capuchinos de Manfredonia, inició un camino de redención, que continuó en el Hospital de Santiago de los Incurables en Roma, primero como paciente, luego como sirviente y, finalmente, como tesorero y Maestro de Casa. Allí descubrió su vocación por el cuidado de los enfermos y posteriormente fundó la Compañía de los Ministros de los Enfermos, dedicada al cuidado de hombres con enfermedades graves y repugnantes, a menudo incurables. Al dedicar el resto de su vida a cuidar y acoger a hombres y mujeres afectados por terribles enfermedades, hizo olvidar a todos su pasado de hombre vicioso y pecador, y sus Camilos siguen reconfortando a los que sufren en todas las partes del mundo.

San Camilo de Lelis

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San Mateo

San Mateo, elegido por Jesús para ser uno de los doce apóstoles y autor de uno de los cuatro Evangelios canónicos, fue, antes de todo eso, un publicano, es decir, un recaudador de impuestos. En aquella época se llamaba Leví, hijo de Alfeo, y su trabajo consistía en recaudar impuestos por adelantado para el erario romano, atormentando a los que no podían pagar y señoreando como el peor de los usureros. A los ojos de los demás judíos, Leví era dos veces pecador, porque manejaba dinero romano grabado con la efigie del Emperador, práctica prohibida por los sacerdotes. No obstante, un día Jesús pasó junto a él mientras estaba sentado en el mostrador de los impuestos y simplemente le dijo: «Sígueme» (Marcos 2,14). Y Leví/Mateo lo siguió, convirtiéndose en uno de sus fieles y predicando Su palabra hasta el punto de sufrir el martirio en Su nombre.

San Dimas

San Dimas representa un caso único en su género: él fue el único Santo que fue canonizado por el mismo Jesús. Fue al Paraíso por orden directa, en definitiva, y esto es aún más sorprendente si pensamos que Dimas fue un criminal, uno de los dos ladrones crucificados a derecha e izquierda de Jesús en el Gólgota. Pero a diferencia del otro ladrón que estaba sufriendo el suplicio, y que seguía burlándose ferozmente de Jesús durante su agonía, Dimas utilizó su último aliento para defenderlo, argumentando que, a diferencia de ellos dos que estaban pagando justamente por sus pecados, Jesús estaba sufriendo la misma pena a pesar de ser inocente y no haber hecho nada malo (Lucas 23:40-41). Su extremo arrepentimiento y la misericordia demostrada hicieron que Jesús le prometiera el Paraíso a su lado, tras una vida de pecado y crimen.

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San Agustín

San Agustín de Hipona fue un eximio filósofo, un obispo venerado por todos y un excelente teólogo, además de Padre de la Iglesia y autor de algunas de las páginas más bellas e intensas de la literatura eclesiástica y no eclesiástica. Pero, antes de todo esto, fue un pecador. Tuvo una amante durante años, con la que además concibió un hijo fuera del matrimonio, y se arrastró durante su turbulenta juventud entre vicios y pecados, la mayoría de las veces cometidos por aburrimiento, no por verdadera necesidad, como el famoso robo de peras del que él mismo escribirá después de haberse arrepentido. En las Confesiones, autobiografía y suma del pensamiento espiritual y humano de Agustín, él se dirige a Dios para relatar su propia conversión, su paso desde su antiguo yo, entregado al vicio y al pecado, a la toma de conciencia de su nuevo “yo”, y afirma que cualquiera puede cambiar a su vida en cualquier momento abandonando los malos hábitos y abrazando un nuevo camino.

Santa Pelagia

Pelagia de Antioquía vivió en el siglo III d.C. y antes de convertirse en Santa fue una actriz y bailarina muy famosa. Llevaba una vida de ostentación y desenfreno, se rodeaba de sirvientes y vestía como una reina, con perlas y piedras preciosas. Tuvo decenas de amantes que la adoraban y nunca se saciaban de ella. Cuenta la leyenda que oyó hablar al beato obispo Nono, quien incluso la señaló a los demás prelados como ejemplo de belleza y cuidado de sí, allí donde ellos, los hombres de iglesia, no se preocupaban lo suficiente de sus propias almas. Iluminada por aquellas palabras, Pelagia quiso bautizarse y pasó la última parte de su vida en oración y como ermitaña. Incluso se llegó a creer que era un hombre y sólo después de su muerte se descubrió su identidad.

Santa María Egipcíaca

María de Egipto también vivió sus últimos años como ermitaña en el desierto, pero antes llevó una vida disoluta, impulsada por un hambre insaciable de experiencias sexuales. Nacida en Alejandría en el año 334, se escapó de casa muy joven y viajó mucho, entregándose a todo tipo de lujurias y prostituyéndose tanto por necesidad como por placer personal. Ya convertida en mujer, se unió a un grupo de peregrinos que se dirigían a Jerusalén y los sedujo uno tras otro. Pero una vez en Jerusalén el arrepentimiento se apoderó de ella y se arrepintió ante el icono de la Madre de Dios y la Cruz de Jesús. Se sumergió en las aguas del Jordán para purificarse y desde entonces dedicó su vida al arrepentimiento, la expiación y la oración.