El Crucifijo Milagroso: el crucifijo que salvó de la peste

El Crucifijo Milagroso: el crucifijo que salvó de la peste

Hay un crucifijo milagroso que en tiempos lejanos salvó a Roma de la peste. Hoy se ha convertido en el símbolo del mundo que reza y lucha contra la pandemia. Averigüemos más.

Hoy queremos hablar de un crucifijo milagroso. Es un tiempo que necesita milagros, los que cada uno de nosotros puede intentar realizar cada día, para mejorar el mundo que nos rodea, y los más grandes, que vienen de lo alto, para los que aún saben creer, para los que se dirigen con confianza a Dios en la necesidad.

El viernes 27 de marzo de 2020, en una Plaza de San Pedro desierta, aún más espectral por la lluvia torrencial y las luces intermitentes de los coches de policía en la distancia, el Papa Francisco rezó por el fin de la pandemia y concedió una indulgencia plenaria. Se trataba de una Statio Orbis, un momento de pausa, de suspensión, en el que millones de personas conectadas a través de la televisión y la web vieron y participaron en la oración del Sumo Pontífice. El escenario era dramático, más que cualquier película ha podido representar en los últimos años. De fondo a la voz del Papa se oía el sonido de las campanas y el incesante estruendo de las sirenas de las ambulancias.

Un detalle catalizó la atención de todos, fieles y no fieles, que presenciaron esa transmisión en vivo destinada a permanecer en la historia de nuestro tiempo: el Papa Francisco que rezaba frente a un gran crucifijo de madera. Imposible apartar la mirada de esa figura doliente y magnífica, ese cuerpo desgarrado por las heridas de la Pasión, la agonía hecha eterna en la madera, por la mano experta de un artista anónimo que vivió hace muchos siglos. Y, sin embargo, parecía tan actual ese Cristo en la cruz, tan contingente su dolor, tan cercano al del Papa que rezaba por el mundo, solo, bajo la lluvia que caía indiferente. Cercano a cada uno de nosotros.Papa Francisco

El crucifijo milagroso que acompañó al Papa Francisco en este día memorable es el llamado Crucifijo de San Marcelo, que se conserva habitualmente en la Iglesia de San Marcelo al Corso, en el barrio de Trevi, a lo largo de la Via del Corso, una de las calles comerciales de la capital. La iglesia, construida originalmente en el siglo IV, alberga también los restos del Papa Marcelo I, que fue perseguido por Majencio y murió de agotamiento en los establos del catabulum (oficina central de correos del Estado).

Pero ¿qué hace que este crucifijo en concreto sea milagroso? Cuenta la leyenda que el 22 de mayo de 1519, un terrible incendio redujo a escombros la iglesia de San Marcelo. Sin embargo, de las ruinas del edificio se extrajo este antiguo crucifijo de madera, originario del siglo XIV y obra de un artista anónimo. A pesar de la destrucción que lo rodeaba, parecía milagrosamente intacto. A sus pies seguía ardiendo una pequeña lámpara de aceite. Como ocurría en aquellos casos, inmediatamente la historia del crucifijo milagroso corrió de boca en boca, y nació un grupo de oración a él devoto, que se reunía todos los viernes: la Compañía del Santísimo Crucifijo, que más tarde se convirtió en la Archicofradía del Santísimo Crucifijo en Urbe, aún activa en la actualidad. Posteriormente, la iglesia fue reconstruida y el crucifijo se convirtió en objeto de devoción popular.

Pero hay más. En 1522, tres años después del incendio, Roma fue azotada por una terrible pestilencia. Mientras la muerte recorría incansable las calles de la Ciudad Eterna, cobrando víctimas, alguien se acordó del milagroso crucifijo de San Marcelo. Los frailes Siervos de María sacaron el crucifijo, que fue llevado en procesión por todos los barrios de la ciudad durante dieciséis días, del 4 al 20 de agosto. Al final de ese periodo, cuando el crucifijo llegó por fin a la plaza de San Pedro, la pestilencia se detuvo. En ese momento, el poder milagroso del crucifijo de San Marcelo fue reconocido por todos.

A lo largo de los siglos se perpetuó la costumbre de llevar el crucifijo en procesión el Jueves Santo, el jueves anterior al Domingo de Pascua. La procesión partía de la iglesia de San Marcelo y se dirigía hasta San Pedro. La fama del crucifijo milagroso ha perdurado a lo largo de los siglos.

En 2000, en la culminación de la Jornada del Perdón, en el marco del Jubileo, el entonces Papa Juan Pablo II abrazó ese mismo crucifijo.

En el dorso de la cruz están grabados los nombres de los Pontífices que se sucedieron y los años en los que tuvieron lugar los Jubileos.

Ya el 15 de marzo de 2020 el Papa Francisco había salido del Vaticano para ir a rezar ante el crucifijo milagroso.

Después, el día 27, como hemos dicho, el crucifijo de San Marcelo fue llevado a la plaza de San Pedro, y con él la Salus Populi Romani, el icono bizantino que representa a la Virgen con el Niño y que se encuentra en la capilla Paulina o Borghese de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.

Luego, el papa Francisco quiso que el crucifijo de San Marcelo, parcialmente restaurado para la ocasión, fuera llevado a la basílica de San Pedro y colocado sobre el altar mayor, bajo el Baldaquino de San Pedro, para la celebración de la misa del Domingo de Ramos y para todos los ritos de la Semana Santa.

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Una decisión comprensible. En aquel momento más que nunca, en aquella Pascua celebrada en iglesias desiertas, sin olivo bendito, sin Eucaristía, la necesidad de poder encontrar consuelo en imágenes de belleza y fuerte espiritualidad era más grande que nunca. Al fin y al cabo, éste ha sido siempre el mensaje que ha transmitido el arte sacro, la voluntad de elevar el espíritu y conmover el corazón ante una representación visual de lo que, de otro modo, es inefable, invisible. En particular, una obra como el crucifijo milagroso de San Marcelo, con su carga de sufrimiento y esperanza, con el eco de siglos de oraciones y devociones vertidas sobre sus miembros contraídos por el dolor, encarna muy bien el drama en el que se debate el mundo.

En estos momentos, más que nunca, es necesario buscar consuelo en figuras capaces de inspirar el bien, recordar Santos y Santas sanadores que protegen y ayudan contra las enfermedades, o símbolos de devoción y fe, como este crucifijo que salvó a Roma de la peste.

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El hombre siempre ha pedido ayuda y consuelo a Dios en caso de enfermedades graves.

Al igual que el Papa, también nosotros rezamos para que esta pausa, este momento de suspensión, dure, que abra las mentes y los corazones y que nos lleve a Dios, dejando entrar la esperanza que la Pascua representa.