La descendencia de Abraham hasta Jesús

La descendencia de Abraham hasta Jesús

La descendencia de Abraham, es decir la genealogía de Jesús, tiene una importancia fundamental en la historia del Cristianismo y puede considerarse un compendio de toda la historia del pueblo judío. Descubramos por qué.

¿Por qué en el primer libro del Evangelio de Mateo y en el tercer libro del Evangelio de Lucas, para introducir la historia de Jesús, se relatan respectivamente la descendencia de Abraham, que parte de él y termina con Jesús, y una genealogía aún más amplia, que tiene su origen en la figura de Adán?
La razón es sencilla. En la época en que se escribieron los Evangelios, todavía se consideraba de suma importancia contextualizar los hechos de los que se quería hablar en un marco histórico documentado que tuviera una base sólida y no pudiera ser cuestionado.

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Jesús parte de la historia del pueblo judío

Empezar la historia de un personaje enumerando su genealogía era típico, sobre todo en el mundo oriental. En el caso de los Evangelios, pues, la necesidad de crear en torno a la figura de Jesucristo una base histórica que lo vinculara de manera incontestable a la historia del pueblo judío, resulta aún más evidente. A través de estas dos genealogías, Jesús se convierte en parte integrante de la historia del Judaísmo y de sus tres grandes Padres: Abraham, Moisés y David. Para los cristianos procedentes del judaísmo, era fundamental poder situar la figura de Jesús en la historia de su pueblo y de los Padres. También era una forma de apoyar la pretensión de la comunidad cristiana de reconocer a Jesús como el Mesías.
No es casualidad que en ambas genealogías José no sea presentado como el padre biológico de Jesús, sino como su padre adoptivo. Los dos evangelistas necesitaban crear un parentesco entre el Mesías y el Rey David, vinculándose con la profecía del profeta Isaías:

“Un retoño brotará del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. (…) El lobo habitará con el cordero, y el leopardo se recostará con el cabrito. El ternero y el cachorro del león crecerán juntos, y un niño pequeño los conducirá” (Isaías 11,1-10)

Isaí, o Jesé era el padre del Rey David.

Pero, hay más. Tanto Mateo como Lucas señalan a Jesús como el cumplimiento de la historia de la Alianza y la promesa de Salvación entre Dios y el hombre. Para Mateo esta historia comienza con Abraham, para Lucas coincide con el nacimiento mismo de la humanidad, encarnada en Adán.

Hay que decir que Mateo se dirigía sobre todo a los judeocristianos, por lo que situar a Abraham, considerado el Padre del Pueblo Elegido, al principio de la genealogía es una forma de enfatizar la continuidad entre el Judaísmo y el Cristianismo.
Lucas, en cambio, se dirigía también a cristianos de origen pagano, que no habían conocido las tradiciones del mundo judío. Por eso remonta el origen de Jesús aún más atrás, hasta Adán, a quien define como Hijo de Dios, situando la figura de Jesús en un contexto más amplio, que hace referencia a las distintas dinastías judías y a los diez patriarcas antediluvianos (Adán, Set, Enós, Cainán, Malálel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec, Noé) y a los diez patriarcas postdiluvianos (Sem, Arfaxad, Shelah, Eber, Peleg, Reu, Serug, Nahor, Taré, Abraham).

Judaísmo y cristianismo, diferencias

Toda esta preocupación de Mateo por valorar la descendencia de Abraham hasta llegar a Jesús, y de Lucas por ir aún más lejos, hundiéndose en las raíces mismas de la humanidad, nos reenvía a las diferencias entre judaísmo y cristianismo, que ya hemos examinado en un artículo anterior. Para un Cristiano, es algo natural pensar en Jesús como el hijo de Dios, ya que toda la educación religiosa que recibe desde temprana edad gira precisamente en torno a esta ineludible identidad Suya. Para los Judíos de hoy, y más aún para los de la época en que escribían los evangelistas, Jesús había sido un simple profeta.

Las diferencias entre el Judaismo y el Cristianismo

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Por lo tanto, era de fundamental importancia para convertir a los judíos al Cristianismo ennoblecer también Su figura terrenal tanto como fuera posible, a fin de hacerlo reconocible como el Mesías tan esperado.
Si la religión Cristiana comienza con Jesús, la religión Judía comienza con Abraham, el primer hombre al que Dios se dirigió. La alianza entre Dios y los hombres, siempre según los judíos, se profundizó más tarde a través de Moisés, que recibió de Dios los Diez Mandamientos, guía de vida y de fe.
Incluso hoy en día, honrar y perseguir la propia relación con Dios a través del estudio y la oración, remontándose a lo que hicieron los Padres antes que él, es uno de los deberes fundamentales de todo judío. He aquí otra confirmación de la importancia de las genealogías de Mateo y Lucas.

El valor de los números

No debemos olvidar tampoco el valor simbólico de las dos genealogías. Mientras tanto, observamos cómo se repite el número siete, el número preferido en la tradición judía, que indica la asociación con Dios y representa la santificación y la purificación. Sólo por poner un ejemplo, las fiestas judías más importantes duraban siete días, y la Menorá, el candelabro símbolo de la religión judía, tiene siete brazos.

El número tres tenía también un valor simbólico: repetir tres veces un gesto o una palabra los cargaba de un poder y una completitud mayores. En las Sagradas Escrituras, el número tres se repite a menudo: pensemos en las tres tentaciones de Jesús, en Pedro que niega tres veces al Maestro, y así sucesivamente.

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En la genealogía de Mateo, que comienza con Abraham y termina con Jesús, podemos identificar tres grupos de catorce nombres (múltiplos de siete), es decir, seis septenarios. Jesús es el primer nombre del séptimo grupo.
En la genealogía de Lucas, que va de Adán a Jesús, los nombres contemplados son los de setenta y siete antepasados, que podemos dividir en once septenarios. Jesús es el primer nombre del duodécimo grupo.

Las referencias numéricas son muchas y otras, y nos hacen darnos cuenta de cómo estas genealogías no deben leerse como documentos del registro civil, sino como documentos teológicos, en los que todo está orientado a expresar un mensaje espiritual de la forma más convincente posible.

Jesús, Adán y el árbol de la vida

Hemos dicho que para Lucas la historia de la Salvación comienza con nuestros antepasados, Adán y Eva, y termina con Jesús. Profundizar en el vínculo entre Jesús y Adán requeriría mucho más espacio, porque es realmente fundamental en la historia de la religión cristiana.

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Adán fue el primer hombre, creado por Dios a Su imagen y semejanza, y sin embargo falaz, hasta el punto de traicionar la confianza de Su Creador y cometer el Pecado Original.
Jesús, hombre nuevo, Dios hecho carne, es el nuevo Adán, vuelto al mundo para salvar a la humanidad de sus pecados. Donde Adán era imperfecto, Jesús es la perfección, y en Su sacrificio la humanidad redescubre la inocencia perdida del Edén, y con ella el don de la inmortalidad que una vez estaba garantizada por los frutos del Árbol de la Vida, que crecía en el corazón del Paraíso terrenal. En Jesús, el Árbol de la Vida vuelve a florecer, y es la Cruz, símbolo de amor infinito y vida eterna para quienes estén dispuestos a comer su fruto.

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Las mujeres en la genealogía de Jesús

Un elemento sorprendente en la descendencia de Abraham presentada por Mateo es la presencia de cuatro mujeres, a las que se añade María, madre de Jesús. Sorprendente e insólita, porque en las genealogías del mundo judío no existía el concepto de padres formados por hombres y mujeres, sino sólo de padres varones que engendraban hijos. Además, las mujeres mencionadas en la genealogía de Jesús, excluida su madre María, no son personajes famosos vinculados a la historia del pueblo judío, sino mujeres paganas de reputación incierta, como Tamar, protagonista de un caso de incesto, o Raab, prostituta de profesión. También Rut, que quedó viuda, concibió fuera del matrimonio a Obed, abuelo del Rey David, mientras que Betsabé que fue seducida por David a pesar de estar casada, dio a luz a Salomón.

Entre las diversas teorías sobre las razones de la inserción de estas cuatro figuras femeninas en la descendencia de Abraham enumerada por Mateo, se ha considerado la posibilidad de que, en cuanto mujeres pecadoras, todas ellas expresen el mensaje de salvación y expiación de los pecados encarnado por Jesús.

Además, todas eran extranjeras y vivían en una condición irregular con los hombres, incluida María, esposa de José, que, sin embargo, no era el padre de su Hijo.

Mateo quizá quiso mostrar la grandeza de Dios, que fue capaz de hacer madres a estas mujeres a pesar de las dificultades, o quizá ampliar la contextualización de la figura de Jesús, afirmando que no sólo tenía sangre judía, sino también extranjera, en virtud de su parentesco con estas mujeres.

Hay que decir que las cuatro pecadoras mencionadas no son los únicos personajes controvertidos presentes en la genealogía de Jesús. David, Salomón, Ajab y Manasés fueron culpables de actos indignos, incluso sangrientos.
Pero esto también forma parte del mensaje que el evangelista Mateo quiso expresar, es decir, que Jesús, descendiente de los Padres del pueblo judío, pero también encarnación de Dios, que elige descender entre los hombres, aunque consciente de sus imperfecciones, es el nuevo Adán, el hombre nuevo creado a imagen y semejanza de Dios para redimir a toda la humanidad.