Las confesiones de San Agustín: cómo cambiar su propia vida

Las confesiones de San Agustín: cómo cambiar su propia vida

Las Confesiones de San Agustín son el testimonio de un camino de fe y de autoconocimiento atemporal

Las Confesiones de San Agustín constituyen la autobiografía y la suma del pensamiento espiritual y humano de Agustín de Hipona, Padre y Doctor de la Iglesia. Es también uno de los textos teológicos más hermosos y emocionantes jamás escritos dentro de la Iglesia Católica, características que lo convierten en una obra maestra imprescindible.
Escritas entre el 397 y el 400, las Confesiones de San Agustín se dividen en 13 libros, y en ellos Agustín se dirige a Dios para contarle su propia conversión, su paso del viejo yo, dedicado al vicio y al pecado, a la toma de conciencia de su nuevo «yo».

Partimos de este libro único e inmortal para recordar cómo es posible que cualquier persona, en cualquier momento, decida cambiar su existencia, sin importar lo que hayamos hecho y lo que hayamos sido antes.

De qué hablan las Confesiones de San Agustín

Ya hemos mencionado la vida de San Agustín hablando de su madre, Santa Mónica de Tagaste, patrona de todas las madres y símbolo de virtud e inquebrantable tenacidad para todas las mujeres.

Para comprender el significado profundo de las Confesiones de San Agustín debemos considerar que, durante la primera parte de su vida, este hombre elevado había sido un verdadero desenfrenado. Criado en Tagaste, en la actual Argelia, en el seno de una familia de clase media, tuvo una educación helenístico-romana. Su padre Patricio era pagano, su madre cristiana, y Agustín creció a caballo entre estas dos visiones del mundo muy diferentes, a pesar de que su madre lo influyó mucho cuando era niño. « Desde mi más tierna infancia llevaba dentro de lo más profundo de mi ser, mamado con la leche de mi madre, el nombre de mi Salvador, Vuestro Hijo» escribirá en una de sus Confesiones. Al crecer, a pesar de demostrar ser un excelente estudiante, Agustín mostró signos de creciente inquietud, lo que lo llevó a entregarse a una vida de libertinaje y placer, que se agravó aún más cuando con apenas diecisiete años se mudó a Cartago, ciudad que ofrecía mucho más ocio y diversión y oportunidades de pecado.

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También se dedicó al estudio de la filosofía helenístico-latina. Entre otras cosas, leyó el Hortensio de Marco Tulio Cicerón, quien arrojó en él el germen del cambio que vendría después, impulsándolo a abrir los ojos a su propia conducta.
Luego se acercó al Maniqueísmo, fascinado por el concepto de la lucha entre el bien, representado por el mundo espiritual, y el mal, representado por el mundo material, pero también por un acercamiento al mundo libre de los vínculos de la fe, dedicado a una explicación científica de la naturaleza propuesta por los maniqueos.
Agustín abrazó esta filosofía con gran entusiasmo, estudiando y difundiendo, involucrando también a amigos y conocidos, y al finalizar sus estudios regresó a Tagaste para convertirse en profesor de gramática. Su madre nunca dejó de sufrir por la elección herética de Agustín y no tuvo paz hasta que él decidió alejarse de los maniqueos, decepcionado al darse cuenta de que ni siquiera ellos podían responder todas las preguntas sobre la vida y la creación que lo atormentaban.

Agustín se mudó a Italia a la edad de 29 años y consiguió trabajo como profesor en Milán, donde sobresalió la influencia del Obispo Ambrosio. El encuentro con este excelente hombre lo habría cambiado de manera radical, junto con el descubrimiento de la filosofía Neoplatónica. En todo esto siguió luchando su propia batalla personal contra las tentaciones y pasiones que lo dominaban sin poder dominarlas. Con el tiempo, sin embargo, y siempre apoyado y alentado por su madre, volvió a abrazar el Cristianismo, dándose cuenta de que en él podía encontrar la respuesta a todas sus dudas y conflictos interiores. Poco a poco, Agustín reunió en el pensamiento cristiano todas las intuiciones que le despertaba la filosofía platónica y comenzó a descuidar los vicios y los placeres, dedicando sus días únicamente a la búsqueda de la verdad. En 387 volvió a Milán para ser bautizado por Ambrosio. Poco después, su madre Mónica murió.

Qué lo impulsó a escribir estas confesiones

Es en este momento de su vida que Agustín, ahora con 44 años, escribe las Confesiones, en el culmen de una muy variada experiencia de estudio y sobre todo de vida, y de una crisis espiritual que lo había llevado a encontrar finalmente su propio camino. Él mismo escribirá, como motivación para haber decidido emprender esta obra: “Quiero recordar mis pasadas fealdades y las carnales inmundicias de mi alma, no porque las ame, sino por amarte a ti, Dios mío”.

En el libro X de las Confesiones explicará los motivos que le impulsaron a escribir la obra: no se trata sólo de reconocer y admitir los propios pecados, sino de descubrir, mediante la confesión de los mismos, que sólo en Dios está la verdadera alegría y que sólo reconciliándose con Dios por medio de Cristo puede el hombre encontrar su propio camino. Es precisamente la conciencia de cómo era su vida antes lo que hace que esta afirmación tenga más sentido que nunca.

Las Confesiones en breve

Aquí están las Confesiones brevemente resumidas.

Libro I

Invocación a Dios, recuerdos de infancia, consideraciones sobre los niños y la escuela, culpable de haberlo alejado de Dios.

Libro II

Luego habla de su turbulenta juventud y cuenta un emblemático robo de peras realizado sólo por el sabor de lo prohibido.

Libro III

Agustín recuerda los pecados cometidos en Cartago, el amor por el teatro, los ocios, pero también el encuentro con los libros de Cicerón y cómo empezó su búsqueda de la sabiduría y la verdad, hasta unirse al maniqueísmo.

Libro IV

Todavía habla de los maniqueos, pero también del concubinato en el que vive con una mujer, de su trabajo como profesor de retórica en Tagaste, de la muerte de un amigo, de los concursos literarios que lo vuelven orgulloso y arrogante, alejándolo aún más de Dios.

Libro V

De Cartago, Agustín se traslada a Roma, cansado de los subterfugios de sus alumnos y destrozado por las dudas sobre las disciplinas maniqueas. Luego vuelve a subir a Milán, donde escucha hablar a san Ambrosio por primera vez. La fe cristiana vuelve a insinuarse en él.

Libro VI

Agustín tiene 30 años y se divide entre los estudios y las conversaciones con amigos, pero las pasiones y debilidades de la carne aún lo persiguen. Decide dejar a su concubina y casarse, pero está lleno de dudas.

Libro VII

En busca de las respuestas que esclarezcan el origen del mal y por qué Dios acepta que el mal existe, Agustín se aleja cada vez más de las fábulas de los Maniqueos y se abraza al Neoplatonismo. Empieza a tener la idea de que el mal no es más que una consecuencia de alejarse de Dios, y que el hombre es lo que ama, por lo que si el hombre ama a Dios no debe temer a nada.

Libro VIII

El tiempo para la conversión ha llegado ahora. Agustín habla con Simpliciano y otros estudiosos. Un día, mientras está en un jardín, escucha a un niño gritar: «¡Tolle lege, tolle lege!» toma y lee, toma y lee, y él toma las Cartas de San Pablo en su mano y lee un pasaje contra la concupiscencia. Luego anuncia su decisión de convertirse a su madre.

Libro IX

Agustín renuncia a la enseñanza, con todas las satisfacciones que le reporta. Pasa tiempo con amigos y con su hijo ilegítimo Adeodato, luego recibe el bautismo de San Ambrosio. La repentina muerte de su madre poco después es otro pretexto para hablar de sus errores y de la profunda influencia que ella tuvo en su vida.

Libro X

Agustín resume en este libro los motivos que le llevaron a escribir su obra. Su conclusión es que sólo Dios es la verdadera alegría, y los hombres deben entender esto, pero son continuamente extraviados por los deseos de la carne y por el orgullo. Sólo a través de Cristo los hombres pueden reconciliarse con Dios.

Libro XI

En los tres últimos libros Agustín se detiene en cuestiones filosóficas y teológicas, en Dios que creó todo a partir del Verbo, en el hecho de que hay tres tiempos: el presente del pasado (la memoria), el presente del presente (la intuición) y el presente del futuro (la espera).

Libro XII

Agustín comenta el Génesis, el paso de las tinieblas y la materia informe, y debate sobre las distintas interpretaciones de la Escritura.

Libro XIII

Agustín todavía comenta sobre la Creación.