Santos pecadores: he aquí las conversiones más celebres

Santos pecadores: he aquí las conversiones más celebres

Santos pecadores. ¿Una contradicción en los términos? No siempre. Aquí están los santos que se convirtieron después de una vida marcada por el pecado

¿Se nace santo o se llega a serlo? Nacemos hombres, y mujeres, y esto basta para darnos la medida de cómo cada uno de nosotros puede ser presa del pecado, susceptible de culpa, incluso de crímenes contra los hombres y contra Dios. Así sucedió que hombres que vivieron parte de su existencia en pecado, en algún momento, se convirtieron y abrazaron la fe y la misericordia hasta convertirse en santos. Santos pecadores, por tanto, que se convierten en un ejemplo para todos nosotros, no sólo por su virtud, por las cumbres de santidad que fueron capaces de alcanzar, sino también por los abismos en los que lucharon y de los que salieron mejores. El mensaje que difunden estos personajes es un mensaje de esperanza, la esperanza de una redención que todos podemos anhelar, porque Dios siempre está dispuesto a acoger nuestras súplicas, a perdonar nuestros errores, si nosotros los reconocemos y estamos dispuestos a enmendarlos, con el corazón sincero y la humildad del penitente.

Veamos quiénes son los santos pecadores, que salieron de las tinieblas tras haber conocido la culpa, para brillar aún más brillantes para Dios y los hombres.

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San Pablo de Tarso

El dicho «Fulgurado en el camino de Damasco» deriva de uno de los santos más famosos y venerados de la Iglesia católica. Hablamos de San Pablo Apóstol, el primer, gran misionero de la Iglesia cristiana, anteriormente conocido como Saulo de Tarso y, con este nombre, feroz perseguidor de cristianos. Antes de abrazar la fe, Saulo persiguió a los cristianos, a sus ojos peligrosos subversivos, y contribuyó y participó activamente en la detención y condena de muchos de ellos. Su conversión ocurrió en el camino de Damasco, donde se dirigía precisamente a atormentar a los cristianos de la ciudad en nombre del Sanedrín de Jerusalén. Golpeado por una luz deslumbrante que lo dejó ciego, oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Y él respondió: “¿Quién eres, Señor?”; y la voz: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9, 3-7).

San Pablo Apóstol

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Con el celo religioso y el entusiasmo que lo sostuvieron durante el resto de su vida, Pablo hizo olvidar a todos sus culpas pasadas y se convirtió en el mayor misionero de la Iglesia de todos los tiempos. Afrontó con coraje el encarcelamiento y el martirio, y dejó tras de sí las Epístolas y numerosas obras que constituyen la base de la Doctrina de la Iglesia tal como la conocemos. La conversión de San Pablo es un episodio símbolo de la posibilidad de redención para cualquiera.

San Camilo de Lelis

Un matón obsesionado con los juegos de azar, frecuentador de ventorros y prostíbulos, adicto al consumo excesivo de alcohol. ¡No parece realmente el retrato de un santo! Sin embargo, así fue como San Camilo de Lellis, fundador de los Camilos y santo patrón de los enfermos, condujo la primera parte de su vida. Hijo de un oficial al servicio de España, fue un soldado de fortuna o también denominado mercenario, adicto al juego de azar hasta el punto de perderlo todo y encontrarse a vivir del cuento. Recibido en el Convento de Capuchinos de Manfredonia, inició un camino de redención, que continuó en el Hospital de Santiago de los Incurables en Roma, primero como paciente, luego como sirviente y, finalmente, como tesorero y Maestro de Casa. Allí descubrió su vocación por el cuidado de los enfermos y posteriormente fundó la Compañía de los Ministros de los Enfermos, dedicada al cuidado de hombres con enfermedades graves y repugnantes, a menudo incurables. Al dedicar el resto de su vida a cuidar y acoger a hombres y mujeres afectados por terribles enfermedades, hizo olvidar a todos su pasado de hombre vicioso y pecador, y sus Camilos siguen reconfortando a los que sufren en todas las partes del mundo.

San Camilo de Lelis

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San Mateo

San Mateo, elegido por Jesús para ser uno de los doce apóstoles y autor de uno de los cuatro Evangelios canónicos, fue, antes de todo eso, un publicano, es decir, un recaudador de impuestos. En aquella época se llamaba Leví, hijo de Alfeo, y su trabajo consistía en recaudar impuestos por adelantado para el erario romano, atormentando a los que no podían pagar y señoreando como el peor de los usureros. A los ojos de los demás judíos, Leví era dos veces pecador, porque manejaba dinero romano grabado con la efigie del Emperador, práctica prohibida por los sacerdotes. No obstante, un día Jesús pasó junto a él mientras estaba sentado en el mostrador de los impuestos y simplemente le dijo: «Sígueme» (Marcos 2,14). Y Leví/Mateo lo siguió, convirtiéndose en uno de sus fieles y predicando Su palabra hasta el punto de sufrir el martirio en Su nombre.

San Dimas

San Dimas representa un caso único en su género: él fue el único Santo que fue canonizado por el mismo Jesús. Fue al Paraíso por orden directa, en definitiva, y esto es aún más sorprendente si pensamos que Dimas fue un criminal, uno de los dos ladrones crucificados a derecha e izquierda de Jesús en el Gólgota. Pero a diferencia del otro ladrón que estaba sufriendo el suplicio, y que seguía burlándose ferozmente de Jesús durante su agonía, Dimas utilizó su último aliento para defenderlo, argumentando que, a diferencia de ellos dos que estaban pagando justamente por sus pecados, Jesús estaba sufriendo la misma pena a pesar de ser inocente y no haber hecho nada malo (Lucas 23:40-41). Su extremo arrepentimiento y la misericordia demostrada hicieron que Jesús le prometiera el Paraíso a su lado, tras una vida de pecado y crimen.

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San Agustín

San Agustín de Hipona fue un eximio filósofo, un obispo venerado por todos y un excelente teólogo, además de Padre de la Iglesia y autor de algunas de las páginas más bellas e intensas de la literatura eclesiástica y no eclesiástica. Pero, antes de todo esto, fue un pecador. Tuvo una amante durante años, con la que además concibió un hijo fuera del matrimonio, y se arrastró durante su turbulenta juventud entre vicios y pecados, la mayoría de las veces cometidos por aburrimiento, no por verdadera necesidad, como el famoso robo de peras del que él mismo escribirá después de haberse arrepentido. En las Confesiones, autobiografía y suma del pensamiento espiritual y humano de Agustín, él se dirige a Dios para relatar su propia conversión, su paso desde su antiguo yo, entregado al vicio y al pecado, a la toma de conciencia de su nuevo “yo”, y afirma que cualquiera puede cambiar a su vida en cualquier momento abandonando los malos hábitos y abrazando un nuevo camino.

Santa Pelagia

Pelagia de Antioquía vivió en el siglo III d.C. y antes de convertirse en Santa fue una actriz y bailarina muy famosa. Llevaba una vida de ostentación y desenfreno, se rodeaba de sirvientes y vestía como una reina, con perlas y piedras preciosas. Tuvo decenas de amantes que la adoraban y nunca se saciaban de ella. Cuenta la leyenda que oyó hablar al beato obispo Nono, quien incluso la señaló a los demás prelados como ejemplo de belleza y cuidado de sí, allí donde ellos, los hombres de iglesia, no se preocupaban lo suficiente de sus propias almas. Iluminada por aquellas palabras, Pelagia quiso bautizarse y pasó la última parte de su vida en oración y como ermitaña. Incluso se llegó a creer que era un hombre y sólo después de su muerte se descubrió su identidad.

Santa María Egipcíaca

María de Egipto también vivió sus últimos años como ermitaña en el desierto, pero antes llevó una vida disoluta, impulsada por un hambre insaciable de experiencias sexuales. Nacida en Alejandría en el año 334, se escapó de casa muy joven y viajó mucho, entregándose a todo tipo de lujurias y prostituyéndose tanto por necesidad como por placer personal. Ya convertida en mujer, se unió a un grupo de peregrinos que se dirigían a Jerusalén y los sedujo uno tras otro. Pero una vez en Jerusalén el arrepentimiento se apoderó de ella y se arrepintió ante el icono de la Madre de Dios y la Cruz de Jesús. Se sumergió en las aguas del Jordán para purificarse y desde entonces dedicó su vida al arrepentimiento, la expiación y la oración.