El cirio pascual: la luz que nos libera de las tinieblas

El cirio pascual: la luz que nos libera de las tinieblas

El cirio pascual: la luz que nos libera de las tinieblas

El axioma Cristo-Luz es uno de los más comunes en la religión cristiana-católica. Desde los orígenes de la Liturgia, la luz de las lámparas y velas se ha utilizado como símbolo de la luz de Cristo resucitado, esa luz que puede disipar las tinieblas de la noche más oscura.

Dios creó primero la luz, y por toda la Biblia se reafirma como es un signo de la presencia de Dios, manifestación de su grandeza.

Pero fue sobre todo con Jesús que el valor simbólico de la luz tuvo su consagración.

Jesús habla de sí mismo como de la verdadera luz, y de sus discípulos como la luz del mundo, que debe “brillar delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

En particular, el gran cirio pascual que se enciende en la Vigilia Pascual, para ser colocado en el baptisterio y conducido en solemne procesión, tiene en sí mismo un fuerte valor simbólico.

En la oscuridad que caracteriza a la Vigilia Pascual, el cirio pascual se enciende por el sacerdote para iluminar el oscuro abismo donde los hombres vagan, privados de la luz de la esperanza, de la vida nueva. Es suficiente esa débil llama para revivir la esperanza, para producir en cada uno la chispa de la Fe. En el resplandor bendecido por el cirio los fieles se redescubren hijos de la luz, en comunión con Dios y con sus hermanos. La luz de las velas, y en particular la del cirio pascual, infecta a todos los presentes con el esplendor de Cristo que resucita de la oscuridad de la muerte y vence al mal.

La noche, no más oscura, sino iluminada por la presencia de Cristo, se llena de cantos de alegría y de esperanza. Cada culpa se lava, cada pecado perdonado, en este renacimiento común.

El cirio pascual debe estar en el centro de todas las celebraciones por los cincuenta días de Pascua. Se consumirá, como Jesús se consumió delante de Dios, por el amor de los hombres, inmolándose completamente. Su sacrificio se renueva cada año en la quema de este símbolo de salvación y redención, cuyo humo, subiendo al cielo, recuerda la subida de Aquel que, regresado de la muerte, trae luz y paz a los hombres hasta el fin del tiempo.