La vida y la experiencia cristiana de San Antonio de Padua se llevan a cabo en un momento histórico de profundas transformaciones espirituales y sociales. Sería imposible entender enteramente el valor y el sentido de este hombre extraordinario, uno de los santos más queridos del Cristianismo, sin tener en cuenta el contexto histórico en el cual creció, se educó y encontró la fe y su consagración.
San Antonio de Padua vivió en los últimos años de la Edad Media, tiempo en el cual Europa vivía mutaciones irreversibles desde todos los puntos de vista. La mayor urbanización y la llegada en las ciudades de muchedumbres de artesanos, comerciantes, banqueros y otros profesionales que antes vivían en los pequeños pueblos, hizo que naciera una nueva clase social, la burguesía, que quería compartir el poder de la nobleza y del clero.
En la Iglesia también hubo muchos cambios: las Catedrales se afirmaron como nuevos centros religiosos de primera importancia; se impulsaron las nueve Cruzadas para librar la Tierra Santa, y sobre todo, surgió un fuerte deseo de renovación de toda la Iglesia, que muchos fieles pedían, para que se volviera al sentido original del Cristianismo y para seguir caminando hacia el futuro.
En estos años tan cruciales nacieron muchas nuevas órdenes religiosas que influenciaron no solo la vida eclesiástica, sino también toda la sociedad. Entre las órdenes más importantes, los Dominicanos y los Franciscanos, de los cuales San Antonio de Padua fue uno de los miembros más eminentes. Hijo primogénito de una noble y rica familia de Lisboa, en Portugal (de hecho, es conocido también como San Antonio de Lisboa, aunque la mayor parte de su actividad espiritual la condujo en Padua), desde su juventud, San Antonio de Padua manifestó su amor por el estudio, la vida contemplativa y el sacerdocio.
El ejemplo de los primeros franciscanos mártires, matados en África mientras que intentaban evangelizar aquellos pueblos, hizo que decidiera unirse a la orden creada por San Francisco de Asís. De hecho, San Antonio de Padua conoció el mismo San Francisco en Italia y, desde este encuentro entre santos ganó nuevo entusiasmo y fuerza para seguir su misión evangélica y humana.
Además de ser un excelente predicador y promotor del pensamiento franciscano, San Antonio de Padua fue también inflexible campeón de la fe contra las herejías, hasta merecer el nombre de “malleus hereticorum”, o sea, “martillo de los herejes”. Recordado también para sus muchos milagros, y para su conocimiento del Evangelio, San Antonio de Padua es el patrón de los pobres, de los hambrientos y de los objetos extraviados.
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