La tradición evangélica habla de María principalmente como la “madre de Jesús” y como “Santísima Madre de Dios”, es venerada por católicos y ortodoxos. Además, su santidad es admitida incluso por los anglicanos y algunas profesiones protestantes. El Corán la define como “la madre virgen de Jesús”.
Sin embargo, la mayoría de las apariciones de María en los Evangelios nos muestran a una mujer del pueblo, profundamente verdadera en sus emociones, real y concreta en su humanidad. Hay pocas ocasiones en las que brilla a través de ella algo milagroso. Su vida cotidiana es la de una mujer común, de origen humilde, como tal profundamente insertada en el contexto histórico y social en el que vivió. Su existencia está marcada por acciones ordinarias, visitas a familiares, peregrinaciones, compromiso y matrimonio. Observa con impotencia la pasión y muerte de su único hijo, con todo el dolor que una mujer común, una madre común, puede manifestar en una ocasión tan espantosa. La Anunciación del Ángel es el único momento en el que esta mujer como muchas otras parece ser tocada por el Misterio divino y por él está totalmente investida, con las consecuencias que todos conocemos.
Solo en los evangelios de Luca y Juan se valora más la figura de María. De los tres evangelios sinópticos, el de Luca dedica una atención especial a María, poniéndola a plena luz desde el comienzo. Es ella quien juega un papel único y fundamental al comienzo del Evangelio, en la infancia y en la predicación pública de Jesús. María ya no es una mujer común, o mejor dicho, lo es hasta el momento en que Dios la elige como madre para su único Hijo. A partir de ese momento, nada volverá a ser lo mismo que antes.
María se convierte en la madre de Jesús y de la Iglesia, una mujer común que ha aceptado asumir una misión sublime y terrible, y lo hizo solo por la fe, solo por amor.
La Anunciación la ve como protagonista absoluta, mientras acepta con plena conciencia, recibir en sí misma el Verbo hecho carne, ofreciendo todo su ser a un sacrificio de amor que trastornará su vida por completo.
En el Evangelio de Juan, entonces, su papel como madre de Jesús, y consecuentemente de todos sus discípulos, emerge en las declaraciones de Cristo mismo. De hecho, en este Evangelio siempre se llama “la Madre de Jesús”. Participa en la vida pública de su hijo y, con ocasión de la Boda de Caná, lo empuja a realizar su primer milagro.
En la cruz, ya agonizante, Jesús se vuelve hacia ella y hacia Juan, declarando que, a partir de ese momento, serán madre e hijo. Este el momento en que Cristo la condecora con su nuevo papel como Madre de la Iglesia y de todos los cristianos, papel que la ha convertido en una de las figuras más representadas a través de las pinturas y estatuas de la Virgen.
Por lo tanto, María representa desde los orígenes de la cristiandad a la mujer humilde y común que se pone incondicionalmente en las manos de Dios, aceptando sin vacilar el inmenso alcance que esta elección determina en su existencia. Fe absoluta, amor absoluto.