San Felipe Neri y el nacimiento del Oratorio - Holyart.es Blog

San Felipe Neri y el nacimiento del Oratorio

San Felipe Neri y el nacimiento del Oratorio

San Felipe Neri sirvió a Dios y a los hombres con devoción, alegría y un calor extraordinario. Apóstol de Roma y Santo de la Alegría, creó el concepto de oratorio tal y como lo conocemos hoy en día

En el corazón palpitante de la Roma renacentista, una figura singular y sorprendente destacaba entre los palacios y las plazas llenas de gente. Era San Felipe Neri, un hombre con un ardiente deseo de compartir la alegría del Evangelio con todos los que encontraba. Loco por el Señor, se llamaba a sí mismo. Su metodología de evangelización no se basaba en complejos argumentos teológicos ni en la condena de las masas, sino en el encuentro personal y gozoso con Jesucristo, fuente de sentido y belleza en la vida de cada individuo. A San Felipe Neri debemos el origen del oratorio.
Para quien recibió una educación religiosa y asistió a la iglesia, siguió el catecismo, el término oratorio es bien conocido y de uso común. Hoy en día, el oratorio es el lugar destinado a la educación cristiana de jóvenes y niños, atendido generalmente por muchachos algo mayores, que actúan como educadores y animadores. En el oratorio se habla de Jesús y de religión, pero también se juega juntos, se participa en actividades comunitarias, se aprende unos de otros y se crece como comunidad. Pero, ¿de dónde viene la idea de un oratorio? Originalmente, los oratorios no eran más que pequeños santuarios donde uno podía reunirse a rezar. De hecho, la palabra oratorio procede del latín rezar.
La concepción moderna de los oratorios cobró vida con Don Felipe Neri, hacia 1550, cuando acogió a niños y niñas pobres por igual, acercándolos a las celebraciones litúrgicas, pero también entreteniéndolos con canciones y juegos que los alejaban de los peligros de la calle.

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Tras su muerte en 1595, San Felipe Neri fue proclamado santo en 1622, durante el pontificado de Papa Gregorio XV. Desde entonces, se le venera como una especie de copatrono oficioso de Roma, ciudad a la que amó y sirvió con pasión durante toda su vida. Sus reliquias están esparcidas por numerosas iglesias, y sus restos se trasladan y veneran en la capilla de la iglesia de Santa María in Vallicella desde 1602. Su memoria litúrgica se celebra, según la tradición, el 26 de mayo de cada año.

Pero, ¿quién fue San Felipe Neri y por qué su obra fue tan importante no sólo para sus contemporáneos, sino también para los que vinieron después?

El segundo Apóstol de Roma

Felipe Neri pasó su vida difundiendo el amor y la alegría del Evangelio por las calles y plazas de la Ciudad Eterna, ganándose el título de Apóstol de Roma. Pero este luminoso siervo de Dios no siempre fue un hombre de Iglesia. Nacido el 21 de julio de 1515 en Florencia en una rica familia de notarios, Felipe mostró desde pequeño un carácter bueno, alegre y altruista y una inclinación natural por los entornos eclesiásticos, lo que le llevó a frecuentar asiduamente el convento dominico de San Marcos.

Invitado por un tío a Montecassino, apenas cumplidos los dieciocho años se dedicó a los negocios, pero su corazón y su alma siguieron anhelando la contemplación y la oración, lo que le impulsó a desertar del trabajo y de la compañía de sus coetáneos para perderse en la naturaleza, verdadera manifestación del poder y del amor de Dios.
Impulsado por este deseo espiritual, dejó todo y emprendió su camino hacia Roma, donde pasaría la mayor parte de su vida, más de sesenta años. Al principio, se mantuvo trabajando como tutor, ganando lo justo para comer y asistir a los cursos de teología y filosofía de la Universidad de la Sapienza. El resto de su tiempo lo pasó en las iglesias y sobre todo en las catacumbas, especialmente las de San Sebastián, donde una noche de 1544 la vida de San Felipe Neri cambió para siempre: una bola de fuego penetró en su pecho, casi haciéndole explotar el corazón. Felipe contaba que, desde ese momento, su pecho no había dejado de arder de amor a Dios y a sus hermanos, y que fue este fuego, este calor, lo que le impulsó a comenzar su labor de predicación por las calles de Roma. Con esta labor de evangelización itinerante, que llevó a Felipe a hablar a todos los habitantes de Roma, incluso a los más humildes, para llevarles consuelo y caridad, nació el recorrido de las Siete Iglesias, un fascinante itinerario de devoción que aún hoy practican quienes van a Roma con ocasión del Jubileo, que serpentea a lo largo de unos 20 kilómetros, tocando las siete basílicas más famosas de Roma, desde San Pedro, a San Pablo Extramuros, continuando por San Sebastián, San Juan de Letrán, Santa Cruz en Jerusalén, San Lorenzo Extramuros, hasta Santa María la Mayor.

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Junto con su confesor Persiano Rosa, Felipe fundó en 1548 la Cofradía de la Santísima Trinidad de los peregrinos y los convalecientes, una asociación de laicos dedicada al servicio de los pobres, los enfermos y los necesitados, así como a la promoción de la espiritualidad y la devoción a la Santísima Trinidad. La creación de esta cofradía reflejaba la profunda preocupación de San Felipe por el bienestar espiritual y material de las personas con las que se encontraba. A través de la Cofradía de la Santísima Trinidad, Felipe y sus compañeros ofrecieron a los fieles la oportunidad de comprometerse activamente en el servicio cristiano y la caridad, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. La cofradía organizaba diversas actividades caritativas, como visitar a los enfermos, distribuir alimentos y ropa a los pobres y ayudar en el entierro de los difuntos menos afortunados. También promovía la oración y la devoción. En el Jubileo de 1550, la Congregación contribuyó decisivamente a acoger, proteger y ayudar a los peregrinos de toda Europa.

El buen corazón de Felipe y su carácter alegre le procuraron enseguida numerosos seguidores, sobre todo entre los jóvenes y los muy jóvenes, y fue para ellos para quienes concibió el oratorio, un lugar de encuentro donde la gente podía rezar, pero también cantar y divertirse juntos, y donde él y sus seguidores ofrecían asistencia a los pobres y los enfermos.

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Congregación del Oratorio

La primera ubicación del oratorio de San Felipe Neri fue el granero de la Cofradía de la Caridad, en el ático de la iglesia de San Jerónimo de la Caridad, donde Felipe se había instalado después de hacer finalmente sus votos. En el oratorio, Felipe leía la Biblia, acompañaba a hombres de toda condición a meditar y comprender las Sagradas Escrituras, enseñaba a los jóvenes, y muchos de ellos se hicieron sacerdotes gracias a él. Pero en el oratorio también se practicaba el canto sagrado, la catequesis y las actividades recreativas, al igual que en los oratorios modernos, que acogen actividades culturales y sociales en las que participa toda la comunidad local. Hoy, como entonces, en los oratorios se organizan numerosas iniciativas para promover el crecimiento espiritual y el bienestar social.

El aspecto más importante de la misión del oratorio de San Felipe era promover una espiritualidad viva y auténtica. San Felipe Neri creía que la verdadera fe debía manifestarse a través del amor y el servicio a los demás. El oratorio era, por tanto, un lugar donde la gente podía encontrar apoyo e inspiración para vivir una vida cristiana más sincera y plena.

El santo de la alegría

Uno de los rasgos más distintivos del ministerio de San Felipe Neri fue su alegría contagiosa. Creía firmemente que la alegría era un poderoso instrumento de evangelización, ya que reflejaba la presencia de Cristo en la vida de las personas. A través su sonrisa radiante, su espíritu alegre y su cálida acogida, San Felipe Neri atraía a los demás al corazón del Evangelio. Para San Felipe Neri, la evangelización no era sólo una cuestión de doctrina, sino un encuentro vivo con Jesucristo. Creía que sólo a través de una relación personal con Cristo podía cada individuo descubrir el verdadero significado y la belleza de la vida. Por eso, su método se centraba en la creación de oportunidades para que los demás se encontraran con Cristo de forma tangible y significativa.
Felipe abrazó cada rincón de Roma con su entusiasmo y calidez, explorando iglesias, conversando con peregrinos y llevando su alegría contagiosa allá donde iba. Su presencia era como un rayo de sol en medio de las calles polvorientas y oscuras de la ciudad. De ahí los apelativos de Santo de la Alegría y Apóstol de Roma, que se le atribuyeron tras su muerte, cuando comenzó su culto. No es casualidad que se le hayan dedicado dos películas, de las que emerge esta dimensión suya de la alegría:

  • State buoni se potete (1983), dirigida por Luigi Magni, con Johnny Dorelli, Mario Adorf, Philippe Leroy, Renzo Montagnani y Angelo Branduardi, autor también de la maravillosa banda sonora;
  • Preferisco il Paradiso (2010), miniserie de televisión, dirigida por Giacomo Campiotti, con Gigi Proietti.

Otros comportamientos adoptados por San Felipe Neri para una vida cristiana plena y auténtica eran la ternura hacia el prójimo, manifestada a través de gestos amables y compasión, y la preferencia por las mortificaciones espirituales sobre las penitencias físicas, en la lucha contra la vanidad y el egoísmo.

Además de la historia de San Felipe Neri, algunas de sus frases nos transmiten aún hoy la dimensión profundamente humana y solar de su fe y de su existencia vivida bajo el signo de la caridad y del servicio a los demás. He aquí algunas frases de San Felipe Neri:

“No es tiempo de dormir, porque el Paraíso no está hecho para gente de sillón.”

“Sé bueno si puedes.”

“No mates [a las moscas]; abre la ventana y, con tu hierro, ahuyéntalas.”

“Escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa.”

“Quien quiera otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que quiere. Quien pide otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que pide. Quien no trabaja para Cristo, no sabe lo que hace.”.

Oración a San Felipe Neri

Oh mi querido y amado San Felipe,
Tú que has conocido las tribulaciones de la vida
y cuán débil es la naturaleza humana;
Tú que has conocido cuán pobre y frágil es el corazón humano,
acompáñame en mis luchas y momentos de tentación.

Tú que has tenido gran simpatía
y tierna compasión hacia los niños y los jóvenes
ayúdame también a ser amigo de todos,
comprensivo, sereno, sencillo y alegre.

Consígueme por tu poderosa intercesión
la fuerza necesaria para combatir
el buen combate de la fe,
para ser testigo de mi Dios ante todos.

Dame la voluntad de vencerme a mí mismo en el amor,
la alegría de cumplir bien mi deber cotidiano,
la paz de quien confía en Dios en la oración,
la sonrisa de quien lleva a Jesús en el corazón.


San Felipe Neri,
¡ruega por nosotros!