Símbolo de fe y coraje: Juana de Arco, santa guerrera

Símbolo de fe y coraje: Juana de Arco, santa guerrera

Juana de Arco, también conocida como la Doncella de Orleans, es una heroína nacional francesa. Su figura inspiró la devoción de sus contemporáneos, y su trágico final la convirtió en una santa aún hoy amada y venerada por la Iglesia Católica.

¿Qué sabemos realmente de Santa Juana de Arco? Comencemos diciendo que ella se encuentra entre las 10 Mujeres Cristianas que cambiaron la Iglesia y el mundo. Recordada entre los santos no sólo por su fortaleza espiritual, sino también por haber empuñado la espada en nombre de la fe. Y eso es aún más sorprendente considerando que ella era simplemente una mujer joven.

Se han escrito libros sobre ella, se han hecho películas, que poco a poco han sacado a la luz todos los aspectos de su controvertida figura. Controvertida, porque hoy sabemos de ella que fue una jovencísima campesina llamada por Dios a soportar una prueba de valentía y fe que muchos hombres maduros y militares experimentados no habrían podido realizar. Pero en su tiempo, cuando se consumó su breve y trágica historia humana, se dijo de ella todo y lo contrario de todo. Exaltada como una santa, acabó siendo acusada de brujería y, a los diecinueve años, sufrió la muerte en la hoguera.

No obstante, en 1909 el Papa Pío X la beatificó, pero antes que él el Papa Calixto III en 1456 había declarado nulo el proceso que la había llevado a la muerte y la había rehabilitado. En 1920 Juana fue proclamada santa por voluntad de Benedicto XV y desde 1922 es, entre otras cosas, la santa patrona de Francia. Incluso el Papa emérito Benedicto XVI expresó su interés por esta joven santa, en la audiencia general del 26 de enero de 2011, y la comparó con Santa Catalina de Siena, patrona de Italia.

¿Cómo es posible que una supuesta bruja se haya convertido en santa? Para comprender esta aparente contradicción debemos sumergirnos en el tiempo y el contexto histórico en el que vivió, luchó y murió Juana. Una época en la que, más que en otras, el ser humano supo elevarse a altísimas cumbres de genialidad y expresión artística, y al mismo tiempo dio muestras de una barbarie y una ferocidad insostenibles. Es cierto que la historia de Juana surge sólo a principios del Renacimiento, pero ya estaba bien definida esta contraposición entre la elevación espiritual, intelectual y artística, y crueldad, valor escaso de la vida humana.

Tratemos de comprender mejor la historia de Juana de Arco, la santa guerrera, «la doncella de Orleans» como la llamaban sus contemporáneos.

La historia de Juana de Arco

Hemos mencionado el período en el que vivió y murió Santa Juana de Arco, un período comprendido entre el final de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. En particular, la llamada Guerra de los Cien Años jugó un papel preponderante en la vida de Juana, un conflicto entre 1337 y 1453 entre el Reino de Inglaterra y el Reino de Francia. A esto añadimos que el Cisma de Occidente entre 1378 y 1417 había desgarrado a la Iglesia de Occidente con un enfrentamiento entre papas y antipapas por el control del solio pontificio.

Fue en el contexto de esta larga y terrible guerra que en 1412 nació Juana en Domrémy, en el noreste de Francia. Juana nació en una humilde familia campesina. Ignorante y analfabeta, sin embargo, desde muy joven mostró una predisposición natural para ayudar a los pobres y necesitados. Su infancia fue caracterizada por la caridad, la misericordia y la aptitud para el sacrificio.

A los trece años empezó a decir que la visitaban San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita. Estas tres benéficas presencias le hablaban con voces celestiales, manifestándose a veces con destellos y visiones reales.

Cuando en 1429 los ingleses, ayudados por sus aliados borgoñones, estaban a punto de conquistar Orleans, ciudad de inestimable valor económico y estratégico para los franceses, las voces ordenaron a Juana que abandonara la casa de sus padres y acudiera en ayuda de Carlos Valois, Delfín heredero al trono de Francia (luego ascendería al trono con el nombre de Carlos VII).

Juana, que en ese momento tenía diecisiete años y estaba a punto de ser obligada a casarse, convenció a sus padres de la importancia de su misión, y logró conocer primero al capitán de la plaza fuerte de Vaucouleurs, luego, una vez convencido éste de su buena fe, al propio Delfín en el castillo de Chinon.

Carlos no confió de inmediato en esta extraña chica que afirmaba que Dios la había enviado para salvar a Francia y su derecho al trono.

Lo sometió a muchas investigaciones exhaustivas, realizadas por distinguidos teólogos y eclesiásticos de alto rango, primero en Chinon, luego en Poitiers.

Finalmente, convencido, Carlos le encomendó la tarea de acompañar a la expedición militar que partía hacia Orleans. Aunque no se le había confiado ningún cargo militar, Juana comenzó a imponer un estilo de vida casi monástico a los soldados, alejando a las prostitutas, prohibiendo los saqueos y la violencia, incluso las blasfemias. También decretó que se confesaran con frecuencia y que dos veces al día se reunieran en oración común al pie del estandarte blanco que representaba a Dios otorgando Su bendición al aciano símbolo de la monarquía francesa, con los arcángeles Miguel y Gabriel a cada lado.

Juana montaba un caballo blanco, vestía armadura y llevaba la espada al costado, como un soldado. Pronto todos, soldados y civiles, comenzaron a llamarla «Jeanne la Pucelle», Juana la Doncella. Además de los soldados, se unieron a ella muchos voluntarios en el camino, inspirados por su figura y su fervor.

En Orleans, agotada ya por el largo asedio, Juan el Bastardo negociaba la rendición con Felipe el Bueno, duque de Borgoña y aliado de los ingleses. Juana llegó a la ciudad trayendo víveres y refuerzos para las tropas exhaustas.

Aunque el Bastardo le había advertido que no tomara acciones militares, esa misma noche Juana subió a la grada y, dirigiéndose a las tropas inglesas, les ordenó que se rindieran y se marcharan, recibiendo sólo injurias y amenazas como respuesta. Después de días de lucha, durante los cuales Juana luchó en primera línea, animando a los soldados franceses con su ejemplo y recibiendo muchas heridas, los británicos se vieron obligados a retirarse.

Tras la victoria de Orleans, Juana prosiguió su marcha por Francia, consiguiendo otra sensacional victoria en Patay y abriendo así el camino a la consagración del rey Carlos VII en Reims.

Sin dudas, aquí comienza la parábola descendente de Juana. Habiendo ganado la guerra, al menos por el momento, y habiendo llevado a ‘su’ Rey al trono, parece haber perdido toda razón para continuar. Sin embargo, continuó oponiéndose a los británicos y borgoñones en territorio francés, ignorando la envidia y la creciente hostilidad de la corte hacia ella. Las personas que se encontraban con ella la miraban como a una santa enviada del cielo y le pedían milagros.

Fue cerca de Margny el 23 de mayo de 1430 que finalmente fue capturada por los borgoñones y, posteriormente, vendida por un gran rescate a los ingleses. Carlos VII nunca intentó liberarla, ni ofreció a cambio un rescate, dejándola a su suerte. La reclusión en manos de los ingleses fue muy dura, y al final Juana fue llevada a juicio «fuertemente sospechosa de numerosos delitos en olor de herejía«.

El juicio y la muerte en la hoguera

El juicio de Juana de Arco fue una farsa desde sus primeras etapas. La Universidad de París, depositaria de la jurisprudencia civil y eclesiástica, estaba totalmente sometida a los británicos, que ya habían condenado a Juana y la querían muerta. Su muerte no sólo los habría librado de un peligroso símbolo muy querido en la tierra de Francia, sino que habría desacreditado la autoridad de Carlos VII.

Quien la juzgó por herejía fue un tribunal inquisitorial, cuyo juicio Juana nunca aceptó. Fue condenada por acusaciones falsas y obligada a abjurar. Incluso en prisión, Juana siguió recibiendo visitas de sus amigos celestiales, quienes la tranquilizaban exhortándola a aceptar su martirio.

Fue quemada viva en Rouen el 30 de mayo de 1431. Pidió a un sacerdote que sostuviera una cruz en alto frente a la hoguera, para poder morir mirando a Jesús Crucificado, invocando Su nombre.

Revisión de la sentencia

Sólo después de que los franceses completaron la reconquista de toda Francia, en 1455, el Papa Calixto III ordenó una revisión del juicio de Juana de Arco. Al año siguiente el juicio fue declarado nulo y Juana declarada completamente inocente por las acusaciones de herejía.

En 1909 el Papa Pío X la beatificó.

En 1920 tuvo lugar la canonización por el Papa Benedicto XV. Desde 1922 Juana es la santa patrona de Francia.

Santa Juana de Arco como Santa Catalina de Siena

Ya hemos mencionado cómo el Papa Benedicto XVI quiso acercar Juana de Arco a Santa Catalina de Siena, patrona de Italia y Europa. Ambas eran jovencitas, cuando recibieron su llamada, ambas nacieron de familias humildes y eligieron servir a Dios no en el convento, sino en el campo de batalla una, al servicio de los pobres y enfermos la otra. Además, tanto Juana de Arco como Catalina vivieron un período de profunda crisis para la Iglesia, con el Cisma de Occidente y las guerras que asolaron Europa. Mientras Juana luchó por llevar a Carlos VII al trono, Catalina luchó contra la liga antipapal y trató de persuadir al Papa Gregorio XI para que regresara a Roma desde Aviñón.

De ellas el Papa Benedicto dijo: “Podríamos compararlas (Juana de Arco y Catalina de Siena) con las Santas mujeres que permanecieron en el Calvario, cerca de Jesús crucificado y de su Madre María, mientras los Apóstoles habían huido y Pedro mismo había renegado de él tres veces”.

Grandes mujeres, que hicieron de la fe y del servicio a Dios el fin último de su vida y no se detuvieron ni siquiera ante el martirio, en el caso de Juana, y el sufrimiento en el de Catalina.