De la montaña al cielo: la vida y el mensaje de Pier Giorgio Frassati, el joven enamorado de la montaña y de Dios, ejemplo de caridad y de amor cristiano
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En el silencio alpino, cuando el viento canta entre las cumbres y la tierra se hace cielo, resuena aún el eco de pasos jóvenes, decididos y humildes. Son los pasos de Pier Giorgio Frassati, un joven enamorado de la altura y de la caridad, un espíritu ardiente en un siglo en llamas.
En el corazón del siglo XX, mientras Europa tropeza entre guerras y revoluciones, este joven turinés eligió escalar hacia otra cima: la de la santidad vivida en lo cotidiano, entre libros universitarios, senderos de rocas y pobres a los que escuchar con el corazón antes que con las manos.
La suya no es una historia remota o descolorida, sino una antorcha que sigue encendida. Pier Giorgio no es un santo de nicho, sino un compañero de viaje para quienes, hoy, buscan conjugar fe y vida sin renunciar a la alegría, la acción y la belleza.

La vida de Pier Giorgio Frassati
Nacido en Turín el 6 de abril de 1901, Pier Giorgio es hijo de una familia ilustre: su padre Alfredo es senador y fundador de La Stampa, su madre Adelaida es una refinada pintora. Podría haberse convertido en un vástago burgués, culto y distante. En cambio, se convirtió en un gigante del alma, discreto e incansable, consagrado a un ideal superior a cualquier carrera: servir a Cristo en sus hermanos.
Estudiante de ingeniería minera en la Universidad Politécnica, sueña con descender a las entrañas de la tierra para ayudar a los mineros. Pero mientras tanto sube en lo alto, en los Alpes, donde el sudor se mezcla con la oración, donde cada cima es un altar y cada sendero una ofrenda.
Pier Giorgio no evangeliza con sermones, sino con gestos. Camina entre los últimos de su ciudad, llevando pan, ropa, medicinas, pero sobre todo sonrisas, escucha, presencia. Su caridad es silenciosa como la nieve, pero deja huellas profundas.
Participa activamente en la FUCI y en la Acción Católica. Es un joven que piensa, actúa, discute, ama con toda la inteligencia de su corazón. Una de sus frases más célebres es un manifiesto existencial: “Vivir, no ir tirando”. Es una invitación dirigida a todos, un choque a las conciencias dormidas, un canto de batalla contra la tibieza. Su compromiso político se plasmó en su ingreso en el Partido Popular de Don Luigi Sturzo, donde militó con convicción democrática y social. Pier Giorgio comprendió que la fe cristiana no puede permanecer encerrada en la esfera privada, sino que debe traducirse en un compromiso concreto para construir una sociedad más justa y fraterna. Sus posiciones políticas, a menudo opuestas a las de su padre liberal, dan testimonio de su independencia de criterio y coherencia con sus propios principios.

En el corazón de este itinerario interior, Pier Giorgio sintió la necesidad de consagrarse más profundamente al Señor, e ingresó como terciario en la Orden Dominicana. Su adhesión como terciario dominico reflejaba el deseo de unir contemplación y acción, encarnando el lema dominicano Contemplata aliis tradere, “transmitir a los demás lo que uno ha contemplado”. De este modo, Pier Giorgio integró la espiritualidad dominicana en su vida cotidiana, dando testimonio de una fe vivida con coherencia y profundidad.
No todo, en la vida de Pier Giorgio Frassati, fue austeridad y sacrificio. Al contrario: su santidad estuvo impregnada de risas, paseos fatigosos y apodos absurdos, como es proprio de quien supo vivir el Evangelio con un corazón joven y alegre.
El 18 de mayo de 1924, durante una excursión al Pian della Mussa, entre el aire fresco de la altura y el sonido del agua que corría, nació la “Compagnia dei Tipi Loschi”: un nombre que parecía una broma, pero que escondía un proyecto muy elevado. Tras los rostros alegres y las proclamas goliardescas, ardía el deseo de vivir una amistad verdadera y profunda, fundada en la fe y la oración. Pier Giorgio era su alma y su motor. Escribió a uno de sus amigos:
“Me gustaría que jurásemos un pacto que no conoce fronteras terrenales ni límites temporales: la unión en la oración”.
Ese vínculo espiritual unía a los “lestofanti” y “lestofantesse” de la compañía, jóvenes apasionados por Dios y por la vida que, entre viaje y broma, experimentaban una nueva y profética forma de ser Iglesia: una Iglesia alegre y viva, encarnada en el tiempo. Los “Tipi Loschi” no eran sólo un grupo de amigos, sino una pequeña fraternidad laica, adelantada a su tiempo, que unía fe, amistad, naturaleza, juego, responsabilidad. Una alianza espiritual que iba más allá de la simple compañía y se convertía en un campo de entrenamiento para la santidad cotidiana. Y así, entre piedras y oraciones, entre risas y silencios contemplativos, Pier Giorgio enseñó que se puede ser santo sin dejar de ser joven. Es más, que tal vez la santidad más verdadera sea la que sabe reír, amar y caminar juntos hacia arriba.
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Entre las cumbres escaladas y los caminos recorridos para ayudar a los pobres, el corazón de Pier Giorgio Frassati conoció también la intimidad del sentimiento más dulce y atormentado: el amor humano, ese que nace silencioso, arde con fuerza y a veces permanece oculto para siempre. Tenía 22 años cuando conoció a Laura Hidalgo, una joven de origen sencillo, y quedó profundamente impresionado. Se enamoró de ella con la plenitud de un corazón puro, sin ambigüedades, sin segundas intenciones. Pero nunca se atrevió a declararse. El joven Frassati, hijo de una próspera Turín y ligado a una familia de estrictos juicios, temía herir a sus seres queridos o decepcionarlos. Así que, con esa delicadeza que siempre fue el sello distintivo de su vida, eligió guardar silencio.
En julio de 1925, Pier Giorgio enfermó repentinamente: poliomielitis fulminante. Murió a los pocos días, en silencio, como vivió. Tenía 24 años. Pero en el funeral, junto a su familia, acudió una multitud inesperada: pobres, mendigos, niños, ancianos, todos aquellos a los que había amado en secreto. Para muchos, ya era un santo.
Qué milagros hizo Pier Giorgio Frassati
Los milagros reconocidos por la Iglesia no son sólo hechos extraordinarios, sino huellas visibles de lo invisible, signos de una presencia que sigue actuando en el corazón del mundo.
El primero, que abrió el camino a la beatificación, ocurrió en los años Treinta a Domenico Sellan, un joven friulano afligido por el mal de Pott, una grave forma de tuberculosis ósea que le había llevado al borde de la muerte. Cuando las esperanzas humanas parecían haberse desvanecido, un sacerdote amigo le entregó una estampita con una pequeña reliquia de Pier Giorgio Frassati. Con la fe sencilla y sincera de quien ya no tiene nada que perder, Domenico rezó al joven beato con toda su alma. En pocas horas, la enfermedad dio paso a la curación. Los médicos no podían explicarlo, pero él sí: era Pier Giorgio, su hermano invisible, quien se había inclinado sobre él.
El milagro que abrió la puerta a la canonización, sin embargo, es reciente y viene de ultramar, de las soleadas calles de California. El protagonista es Juan Manuel Gutiérrez, un joven sacerdote nacido cerca de Ciudad de México y seminarista en la archidiócesis de Los Ángeles. Tras una adolescencia problemática y un renacimiento espiritual que le conduce a la vocación, Juan Manuel está a un paso de la ordenación cuando, jugando al baloncesto con sus compañeros de clase, se rompe el tendón de Aquiles. La intervención quirúrgica es inevitable, con riesgos y costes que le ponen en crisis. Es entonces cuando, tras ver un vídeo de YouTube dedicado a Pier Giorgio, se confía a él en oración, casi por instinto, casi por desesperación. El 1 de noviembre de 2017, durante un momento de oración silenciosa, siente un calor repentino y profundo en el tobillo. Se levanta. Camina. Y descubre que la lesión ha desaparecido. La resonancia magnética confirmará lo que la ciencia no sabe explicar.
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En estos dos milagros, separados por decenios y continentes, se refleja el mismo misterio: Pier Giorgio nunca ha dejado de caminar junto a los que sufren, para escalar con nosotros las montañas más duras de la vida. Pero los verdaderos milagros de Pier Giorgio son también aquellos que no se miden en informes clínicos: son vidas cambiadas, vocaciones nacidas, jóvenes redescubiertos, corazones que han redescubierto la belleza del Evangelio gracias a él. Su intercesión sigue acompañando a quienes le invocan. No ha dejado de escalar montañas. Las escala con nosotros.
Cuándo será canonizado Pier Giorgio Frassati
El 20 de mayo de 1990, en una Plaza de San Pedro llena de rostros jóvenes y ojos brillantes, Papa Juan Pablo II proclamó beato a Pier Giorgio Frassati, llamándole con palabras que resonarán para siempre en los corazones: “El hombre de las ocho bienaventuranzas”.
Con ese gesto, la Iglesia reconocía en él un modelo para todos, y en particular para los jóvenes, capaz de buscar la santidad en la sencillez cotidiana, entre el estudio, el compromiso social, la oración y la verdadera amistad.
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El 25 de noviembre de 2024, Papa Francisco firmó el decreto de reconocimiento del segundo milagro. Es la luz verde hacia la canonización. Ahora lo sabemos: Pier Giorgio Frassati será santo el 7 de septiembre de 2025. Un día esperado, soñado, rezado por miles de fieles en todo el mundo, y especialmente por aquellos jóvenes que ven en él no un icono lejano, sino un hermano, un compañero, un ejemplo concreto de santidad posible.
La elección de esta fecha no es aleatoria: se conmemora el centenario de su muerte, ocurrida el 4 de julio de 1925. Un siglo exacto para atravesar la historia con un paso ligero pero decisivo, como se hace en la montaña, y alcanzar esa cima que es la canonización: el reconocimiento oficial de una vida entregada sin reservas, vivida “hacia arriba”. La ceremonia se celebrará en la Plaza de San Pedro, donde acudirán decenas de miles de jóvenes peregrinos procedentes de todos los rincones del mundo. No será sólo un ritual, sino una fiesta, una explosión de alegría y de luz, la culminación de un viaje que comenzó en las calles de Turín y en las cumbres de los Alpes, y que ahora llega hasta el cielo.
Pier Giorgio será canonizado junto con Carlo Acutis. Las celebraciones formarán parte del Jubileo. También Turín se prepara con el corazón hinchado de orgullo, y de todo el mundo miles de personas subirán a Roma para rendir homenaje al hombre que supo transformar la vida común en un camino elevado, accidentado y hermoso hacia Dios.
