De Don Bosco a Pier Giorgio Frassati: los santos sociales que cambiaron el mundo
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En el corazón del Piamonte, en aquel Turín del siglo XIX, suspendido entre el estruendo de las primeras industrias y el llanto callado de los pobres, floreció una nueva forma de santidad. No hecha de éxtasis ni de milagros llamativos, sino de manos manchadas de hollín, de pasos gastados en los callejones, de miradas que buscaban a Cristo en el rostro de los olvidados. Eran los santos sociales, almas ardientes que eligieron vivir el Evangelio entre las llagas del mundo. Hombres y mujeres que convirtieron la ciudad saboyana en un laboratorio viviente de caridad y justicia, transformando la compasión en una práctica cotidiana. Figuras inolvidables como Don Bosco, Cottolengo, Giulia di Barolo y Pier Giorgio Frassati, capaces de responder a la miseria con tenacidad, a la injusticia con obras concretas, a la desesperación con la audacia de la esperanza.

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Aún hoy, los santos sociales del siglo XIX y XX de Turín nos siguen hablando, en un mundo que ha cambiado a sus pobres, pero no la pobreza; que ha transformado las formas de injusticia, pero no sus raíces. Su voz es más urgente que nunca. No eran héroes de leyenda: eran hombres y mujeres que decidieron decir sí a la vida, incluso cuando estaba sucia, herida, incómoda. No cambiaron el mundo con eslóganes ni con poder, sino con la fuerza humilde de quien ama sin medida.
¿Y hoy, quiénes son los santos sociales? Son aquellos que no huyen del dolor, sino que lo habitan. Aquellos que construyen puentes, escuelas, hospitales, relaciones. Los que saben que cada gesto de caridad es una profecía, cada abrazo un anuncio de resurrección. Y tal vez, también nosotros, en lo pequeño, podamos un día ser santos sociales. Porque la santidad no es para unos pocos elegidos, sino para quien tiene el valor de ensuciarse las manos de amor.

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¿Quiénes son los santos sociales? Son aquellos que, impulsados por la fe cristiana, no aceptaron que la oración se quedara encerrada en las iglesias mientras afuera se moría de hambre, de frío o de soledad. En este artículo hablamos en particular de los Santos Sociales del Piamonte, y especialmente de Turín, que entre los siglos XIX y XX transformaron el dolor colectivo en una forja de santidad. No fueron solo benefactores, sino reformadores del alma colectiva. No crearon únicamente hospitales y escuelas, sino también cultura, dignidad y futuro. En ninguna otra ciudad como Turín se ha concentrado una constelación tan numerosa de santos sociales del siglo XIX, hasta el punto de convertirse en un caso único en la historia de la Iglesia.
Eran sacerdotes y marqueses, obreros y estudiantes. Algunos venían de palacios, otros de granjas, pero todos miraban hacia el mismo horizonte: un mundo en el que nadie fuera descartado. Los santos piamonteses no se conformaron con dar un trozo de pan: ofrecieron oportunidades, escucha, redención. Su caridad era inteligencia, su celo, una visión política. Y su santidad, profundamente encarnada.
Turín, de ciudad de “anticlericales”, se convirtió así en capital de la santidad social. Una paradoja que muestra cómo, precisamente donde parecía reinar el cinismo, florecieron las flores más puras de la fe activa.

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Don Bosco
Juan Bosco, o simplemente Don Bosco, es el ícono por excelencia de los santos sociales de Turín. Nacido en 1815 entre las colinas de Castelnuovo, llevaba en los ojos la dulzura del Monferrato y en el corazón la firmeza de los profetas. Cuando llegó a Turín, la ciudad era una jungla industrial donde los jóvenes eran engullidos por las fábricas y escupidos en las calles, sin educación ni esperanza. Don Bosco los buscó uno a uno, los escuchó, los acogió. Así nació el oratorio, un lugar que no era solo oración, sino también escuela, juego y futuro. Su método educativo, basado en razón, religión y amabilidad, fue una revolución: nada de castigos, solo confianza.
“Aquí la santidad consiste en estar muy alegres”, decía a sus muchachos, devolviendo a la fe la sonrisa de la infancia.
No se paró ahí: fundó escuelas profesionales, imprentas, talleres. Ofreció a los jóvenes no solo salvación espiritual, sino herramientas para vivir con dignidad. Y cuando fundó los Salesianos, su sueño se multiplicó por el mundo, convirtiéndose en una obra universal.
Murió en 1888, y Turín lloró a su padre de los pobres. Fue canonizado en 1934, pero mucho antes ya vivía en el corazón de millones de jóvenes que, gracias a él, habían vuelto a encontrarse a sí mismos.

Pier Giorgio Frassati
Pier Giorgio Frassati es el rostro fresco, moderno y escandalosamente sencillo de la santidad social del siglo XX. Un joven alto, sonriente, que escalaba montañas y recorría los barrios pobres con el mismo paso ligero, guiado por una hambre de justicia que no le daba tregua.
Nacido en 1901 en una familia acomodada, podría haberse acomodado en el privilegio. En cambio, eligió el camino estrecho, el de la caridad radical. Si nos preguntamos quiénes son los santos sociales de Turín, Pier Giorgio fue la respuesta más joven y sorprendente.
Su habitación era un almacén de ropa y medicinas para los pobres. Su tiempo libre lo dedicaba a las familias necesitadas. ¿Su abrigo? Donado. ¿Su pasión por la política? Siempre del lado de los últimos. Estudiaba ingeniería, amaba el deporte, rezaba al alba y servía por la noche.
Murió a los 24 años, casi en silencio. Pero en su funeral no había solo parientes ilustres: había miles de pobres, sus verdaderos amigos, aquellos que nadie conocía, pero que él había amado con una discreción heroica.
Beato desde 1990, hoy es patrono de los jóvenes católicos, pero Pier Giorgio sigue siendo sobre todo un ejemplo muy actual: se puede ser santo sin aureola, entre la universidad, las montañas y el metro, amando cada día con una ferocidad silenciosa.

Pier Giorgio Frassati será canonizado el domingo 7 de septiembre de 2025. La noticia llegó el 13 de junio de 2025, durante el primer Consistorio ordinario de Papa León XIV. Será proclamado santo junto a Carlo Acutis. Una canonización conjunta, largamente esperada, que unirá a dos figuras muy queridas por los jóvenes y por la Iglesia de hoy.
En origen, la fecha elegida para Frassati era el 3 de agosto de 2025, pero con la muerte de Papa Francisco y la reorganización de los eventos jubilares, todo fue reprogramado. El nuevo calendario trasladó la ceremonia a septiembre, en un domingo que se anuncia muy concurrido, especialmente por quienes han encontrado inspiración en estos dos jóvenes beatos. La canonización se celebrará en Roma, y se espera una gran afluencia: estudiantes, scouts, educadores, grupos parroquiales, gente común. Todos unidos por el deseo de rendir homenaje a dos jóvenes que vivieron la fe de forma sencilla, auténtica y contagiosa. Frassati y Acutis, aunque tan diferentes, tienen algo en común: Pier Giorgio con sus excursiones en la montaña y su compromiso con los pobres; Carlo con su talento para lo digital y su devoción a la Eucaristía. Ambos demostraron que se puede vivir el Evangelio en lo cotidiano, sin necesidad de gestos grandiosos. Basta con ponerle amor.
El 7 de septiembre no será solo un día para recordar por los fieles. Será una señal fuerte: la santidad no es un ideal lejano, sino algo que puede hablar también hoy, también a los jóvenes, también a quienes se sienten normales.

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Giuseppe Benedetto Cottolengo
Junto a Don Bosco y Pier Giorgio Frassati, otra figura se destaca entre los santos sociales del Piamonte: Giuseppe Benedetto Cottolengo. Nacido en Bra en 1786, fue sacerdote, teólogo e incansable apóstol de la caridad. Ante la muerte de una mujer pobre rechazada por los hospitales, comprendió que la misericordia no puede esperar: entonces abrió una pequeña enfermería que pronto se convirtió en la célebre Pequeña Casa de la Divina Providencia, conocida por todos como el Cottolengo. La suya fue una revolución silenciosa y radical: acogida sin condiciones, confianza absoluta en la Providencia, cuidado integral de la persona. Personas con discapacidad, enfermos crónicos, huérfanos, sin techo, sordomudos: nadie era excluido, todos eran hermanos. Con su obra profética, Cottolengo anticipó el estado del bienestar moderno, ofreciendo no solo asistencia, sino dignidad. Canonizado en 1934, sigue inspirando a quienes creen que la caridad no es un gesto, sino un estilo de vida.
Giulia di Barolo
Voz femenina de la santidad social piamontesa, Giulia Colbert Falletti di Barolo demostró cómo una mujer de alma clara y valiente podía transformar la nobleza en servicio.
Nacida en Francia en 1786, se convirtió en marquesa por matrimonio y en madre de los pobres por elección. Sin hijos, decidió junto a su esposo Carlo Tancredi consagrar su tiempo, su palacio y sus riquezas a los más necesitados de Turín. Giulia fue una pionera, sobre todo en el ámbito de la asistencia femenina y penitenciaria: visitaba las cárceles, hablaba con las reclusas, les ofrecía educación, trabajo, fe. Fundó el Refugio, el primer centro de reinserción para ex presas, y creó escuelas, orfanatos, guarderías y hospitales. Cada día distribuía comida y cuidados, pero sobre todo dignidad.
No se limitaba a socorrer: construía futuro. Colaboró con Don Bosco y acogió en su salón a intelectuales y santos, entre ellos Silvio Pellico.
Hoy descansa en la iglesia de Santa Giulia, que ella misma mandó construir. Su vida fue una semilla plantada en el corazón de la ciudad: una caridad hecha no de gestos aislados, sino de sistema, visión y amor que se organiza.
Giuseppe Cafasso
Entre los grandes santos sociales del Piamonte, Giuseppe Cafasso ocupa un lugar especial: el del hombre que no buscó visibilidad, sino que eligió quedarse entre bastidores, para iluminar a los demás. Nacido en Castelnuovo d’Asti en 1811, en una familia sencilla y profundamente creyente, se convirtió en sacerdote siendo muy joven. En Turín, en el Convictorio Eclesiástico de San Francisco de Asís, formó generaciones de sacerdotes capaces de vivir la fe en medio de la sociedad, entre ellos un joven inquieto que más tarde sería Don Bosco. Sin embargo, su misión lo llevó también a los rincones más oscuros de la ciudad: las cárceles. Cafasso entraba en las celdas de los condenados con paso ligero y voz firme, llevando consuelo, escucha y misericordia. Lo llamaban “el cura del patíbulo” porque acompañaba a los condenados a muerte hasta la horca, abrazando sus últimas horas con una ternura que arrancaba del alma la desesperación. Su presencia era discreta, pero esencial: llevaba pan, perdón, dignidad.
No fundó órdenes religiosas, ni dejó obras materiales, pero su «fundación» fueron las conciencias que tocó, los corazones que levantó, los sacerdotes que formó. Murió en 1860, y la Iglesia lo proclamó santo en 1947, confiándole a los encarcelados como patrono. Sus restos descansan hoy en el Santuario de la Consolata, junto al pueblo que siempre amó. Cafasso es el rostro silencioso de la santidad social: el que consuela, el que educa, el que acompaña sin pedir nunca nada a cambio.

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