Bartolo Longo: el hombre que resurgió en Pompei. Herencia, fe y el canto inmortal de la Súplica en el Jubileo 2025
Índice
Hay un camino, hecho no solo de piedras y polvo, sino de elecciones, sombras y redención. Por ese camino caminó Bartolo Longo, un hombre que supo atravesar la noche más oscura para descubrir, en sí mismo y en la devoción a la Virgen, la llama de un renacimiento.
Nacido en 1841 en Latiano, en el corazón de Puglia campesina, Bartolo no fue siempre el santo que hoy veneramos. Su juventud estuvo marcada por la duda, la búsqueda, la caída. En una Nápoles inquieta y hambrienta de espiritualidad, se dejó seducir por filosofías ocultas y fue iniciado en el satanismo, viviendo los años más sombríos de su alma. Pero, como suele suceder en las vidas predestinadas, una luz se encendió cuando todo parecía perdido: fue el encuentro con el Rosario, con la fe sencilla y granítica que desde hace siglos custodia la esperanza del pueblo cristiano. Arrodillado ante la Virgen, Bartolo Longo encontró el camino de regreso. Y fue en Pompei, donde la miseria era más feroz y la desesperación más densa, donde eligió renacer.

Octubre: el mes del Santo Rosario
¿Qué relaciona el mes de otoño con lo que quizás sea la forma devocional más importante y extendida en el mundo?…
Hoy, sobre las alas de la Súplica y entre los muros del Santuario de Pompei, Bartolo Longo sigue hablando. Su voz, hecha de lágrimas y de sonrisas, de dudas y de certidumbres, resuena en los corazones de quienes buscan, de quienes se levantan, de quienes cada día se ponen en camino.
Anunciada para el 19 de octubre de 2025, durante el Jubileo, su canonización será mucho más que un rito: será el sello sobre una historia de caída y resurrección que pertenece a todos nosotros. Su herencia espiritual es la invitación más poderosa: no dejar nunca de rezar, de reconstruir, de esperar.
Nunca rendirse a las tinieblas, porque, como enseña el beato Bartolo Longo, incluso de la noche más negra puede nacer el día más luminoso.

La devoción del Padre Pío a la Virgen de Pompeya y el don de la rosa
El 5 de mayo se celebra la onomástica del Santo de Pietrelcina…
¿Quién es el beato Bartolo Longo?
Bartolo Longo nació en el corazón del Sur, donde la tierra roja de Puglia se mezcla con los sueños y los tormentos de generaciones. Y, sin embargo, como suele suceder a los grandes corazones, el camino hacia la luz estuvo para él marcado por densas sombras. Hijo de un médico y de una mujer profundamente cristiana, tras los estudios clásicos y jurídicos en Lecce y Nápoles, Bartolo se sumergió en el aire inquieto de la ciudad partenopea del siglo XIX: una época en la que las pasiones filosóficas, las efervescencias políticas y las seducciones del ocultismo se movían entre salones y callejones. Joven brillante, pero inquieto, Bartolo Longo fue arrastrado por la fascinación del misterio, se acercó al espiritismo y a los ambientes esotéricos, hasta ser iniciado en el satanismo, convirtiéndose incluso en “sacerdote de satanás”. Sin embargo, la desesperación lo devoraba: su mente oscilaba entre visiones sombrías y un sentimiento de pérdida absoluta. En aquellas noches de tormento, la madre, constantemente en oración por él, parecía un ancla lejana. Pero fue precisamente en ese abismo donde un encuentro cambió el rumbo de su vida: fue Don Alberto Radente, un dominico de palabras sencillas y profundas, quien le ofreció el camino de la redención. Bartolo eligió entonces la vía más difícil: ascender desde los abismos. Se confesó, renunció a los errores del pasado y, guiado por el Rosario, volvió a abrazar la fe católica. Es en esta lucha furiosa entre sombra y luz donde el beato Bartolo Longo se convirtió, para sí mismo y para el mundo, en símbolo viviente de una misericordia que no conoce fronteras.

El sacramento de la Primera Confesión: qué es y cómo se realiza
La Primera Confesión es un momento fundamental en el…
Pero el camino de la redención nunca es solitario. Cada conversión auténtica genera ondas, transforma los lugares y las vidas que toca. Después del diluvio interior y de la salvación reencontrada, Bartolo Longo permaneció en Nápoles, la ciudad de los mil contrastes, suspendida entre devoción y desesperación. Era un joven abogado redimido, pero su alma aún no hallaba reposo. En el fervor de la metrópoli, Bartolo se convirtió en apóstol de la fe recuperada: visitaba a los encarcelados, socorría a los pobres, se hacía voz de quienes no tenían voz.
Sin embargo, la Providencia tenía para él un plan aún más vasto. Fue allí donde conoció a una mujer destinada a ser no solo compañera de obra, sino también hermana de alma: la condesa Marianna Farnararo, joven viuda De Fusco. Marianna, mujer de gran fe y sensibilidad, estaba a su vez comprometida en la ayuda a los más débiles y administraba, con espíritu generoso, algunas tierras en el valle de Pompei, un lugar entonces olvidado, infestado por la malaria y marcado por la miseria más oscura.
El encuentro entre Bartolo Longo y Marianna fue como la chispa que enciende la mecha de un fuego sagrado. Unidos por la misma sed de caridad, comenzaron a colaborar para socorrer huérfanos y viudas, educar a los niños privados de futuro, y levantar pequeñas escuelas donde antes solo había abandono.
Entre ellos nació una profunda amistad espiritual, una sintonía que sabía hablar el lenguaje del Rosario y del amor desinteresado.
Bartolo Longo y el santuario de Pompei
El destino de Bartolo Longo y del Valle de Pompei se entrelazaron casi por casualidad, en 1872, cuando fue enviado a ocuparse de las cuestiones administrativas de las tierras de la condesa De Fusco. Pero lo que encontró superaba de lejos sus expectativas: el valle era un mosaico de pobreza y abandono, un lugar donde mil existencias sobrevivían en los márgenes, privadas de consuelo y de futuro.
Incluso la pequeña iglesia, corazón antiguo de aquella comunidad, verteba en condiciones de miseria, olvidada como su gente.
Fue en ese contexto, entre silencios y ruinas, donde Bartolo percibió como una llamada misteriosa: un impulso interior que le sugería cambiar el destino de aquel lugar. En un momento de profunda soledad, mientras el campo vibraba con las oraciones sencillas de los humildes, intuyó que su vida debía entrelazarse con la de Pompeya a través del Rosario. Desde aquel día comprendió que su misión sería llevar luz, educación y fe precisamente a ese valle olvidado, reuniendo a las personas en una nueva comunidad consagrada al Santo Rosario. Así nació la visión que lo cambiaría todo: ya no se trataba solo de administrar asuntos terrenales, sino de convertirse en sembrador de esperanza, dando inicio a aquella obra que, partiendo de la nada, transformaría Pompei en un faro de caridad y de oración.
Bartolo Longo se trasladó a Pompei, tierra entonces olvidada, marcada por la miseria, la malaria y el abandono. Allí su existencia se convirtió en una ofrenda, en una semilla arrojada entre las ruinas de la antigua ciudad romana. Fue entre los pobres y los huérfanos donde Bartolo encontró su misión: reconstruir almas, reconstruyendo muros.

En 1875 adquirió un modesto cuadro de la Virgen del Rosario, el icono que se convertiría en el corazón del Santuario de Pompei. Los milagros comenzaron enseguida a multiplicarse. Gente humilde y poderosa, desesperados y nobles, acudían a Pompei en busca de una gracia, de una señal.
La colaboración entre Bartolo Longo y la condesa Marianna cambió para siempre la historia de Pompei. Fue ella quien donó el terreno sobre el cual se levantaría el futuro santuario. Juntos, lucharon contra la miseria y la superstición, confiando cada esfuerzo y cada sueño a la Virgen de Pompei, madre de las almas heridas. Con el tiempo, su vínculo se hizo aún más fuerte: por consejo de Papa León XIII, en 1885 Bartolo y Marianna se casaron, consagrando su unión no al amor terrenal, sino a una misión común de bien. Fueron esposos en la castidad, compañeros en la oración, cofundadores de obras inmortales.
De su fuerza compartida nacieron no solo el santuario de Pompei, sino también institutos para huérfanos e hijos de encarcelados, escuelas para muchachas pobres, hospicios para ancianos y enfermos. Cada día, codo a codo, desafiaron el cansancio y la desconfianza del mundo con la única arma de la fe. La alianza entre Bartolo Longo y Marianna Farnararo De Fusco fue la savia de un milagro social que aún hoy late en el corazón de Pompei. Sin su encuentro, quizá, el santuario nunca habría surgido, la Súplica no habría encontrado su voz, y el valle habría quedado solo como un lugar de ruina y desolación.
La Súplica a la Virgen del Rosario: el corazón de la devoción
Sin embargo, ninguna obra de Bartolo Longo estaría completa sin evocar la poesía de su Súplica a la Virgen del Rosario.

Cómo recitar la súplica a la Virgen de Pompeya
El 8 de mayo se celebra a la Virgen del Rosario. Hoy nos centramos en la fundación del Santuario de Pompeya…
Escrita en 1883, la Súplica a la Virgen del Rosario de Pompei es mucho más que una simple oración: es una voz colectiva que, cada año, el 8 de mayo y el primer domingo de octubre, se eleva como una ola desde las plazas, los hogares, los corazones del pueblo. En Pompei, miles de personas se reúnen frente al santuario: unos llevan un dolor secreto, otros una esperanza, otros un gracias susurrado. La Súplica se convierte así en un hilo que une generaciones e historias distintas, una petición de ayuda y de entrega a María, Madre y guardiana de quienes se sienten frágiles.
En el texto palpita la vida verdadera: la confianza de los sencillos, el peso de las lágrimas, la búsqueda de una protección que sabe acogerlo todo. Cada palabra de la Súplica es un espacio abierto donde la fe se encuentra con el cansancio cotidiano y lo transforma en esperanza.
No es solo una oración, sino una ola emotiva que atraviesa los siglos. Bartolo Longo la escribió de rodillas, con el alma desnuda, ofreciendo a la Virgen su pasado de dolor y su gana de renacer.
Hay quien dice que las notas de esta Súplica, en el silencio del Santuario de Pompei, parecen acariciar las almas como una brisa que asciende desde la llanura vesubiana. Y es verdad: quien escucha, quien reza, quien se entrega, siente la presencia de Bartolo Longo, hombre convertido en voz de la misericordia, poeta de la fe resucitada.
Bartolo Longo santo en el Jubileo 2025
El milagro de Pompei, el renacer de la ciudad, el florecimiento de la caridad, el prodigio de la Súplica, son hoy la piedra sobre la cual se funda el anuncio tan esperado: Bartolo Longo será proclamado santo durante el Jubileo 2025.

El calendario de los eventos del Jubileo 2025
Se ha publicado el calendario de los eventos del Jubileo 2025, doce meses de eventos y ocasiones para profundizar en la fe…
Papa Francisco, durante su estancia en el Policlínico Agostino Gemelli de Roma, ya había reconocido en la vida de este “laico enamorado del Rosario” un mensaje de gran actualidad. Bartolo Longo no fue sacerdote, no fue monje, no fundó órdenes, pero revolucionó la historia desde abajo, con la fuerza silenciosa de la fe y la tenacidad de quien se ha levantado del pecado más oscuro. La canonización, que tendrá lugar en el año santo, será una fiesta para toda Pompei y para cuantos, en el mundo, han invocado la oración a Bartolo Longo. Será el triunfo de la misericordia sobre todo juicio, la demostración de que ninguna caída es definitiva, que incluso desde el fondo del abismo puede nacer un santo. Bartolo Longo santo en el Jubileo 2025 es la historia de una segunda oportunidad ofrecida a todos, el eco de una voz que sigue diciendo: “Nadie está perdido, mientras haya una Madre que rece”.

Cómo Papa Francisco ha transformado la Iglesia durante su pontificado
¿Qué ha hecho Papa Francisco que sea importante? Su pontificado…
Oración a Bartolo Longo
Oh beato Bartolo Longo
que amaste a María con ternura de hijo
y difundiste su devoción con el rezo del santo Rosario,
y por su intercesión recibiste gracia sobreabundante
para amar y servir a Cristo en la infancia abandonada,
concédenos a nosotros la gracia de vivir en espíritu de oración, unidos a Dios,
para amarlo como tú en nuestros hermanos.
Tú, que al final de tu peregrinación terrena
declaraste no haberte cansado jamás de orar
por cada dolor, por cada aflicción, por cada calamidad,
confiando en la omnipotencia de Dios
y en la intercesión de su Madre divina,
continúa intercediendo por cuantos son llamados
a proseguir tu obra de fe y de amor en Pompeya
y por todos los devotos del Rosario en el mundo.
Concédenos que, después de la contemplación terrena
de los misterios gozosos y dolorosos,
podamos, junto a ti y con María,
Reina de los ángeles y de los Santos,
compartir la alegría de los misterios gloriosos en el cielo.
Amén.

















