Santa Catalina de Siena: patrona de Italia

Santa Catalina de Siena: patrona de Italia

Santa Catalina de Siena, de mujer del pueblo a consejera de Papas y príncipes. Valiente, sabia y totalmente devota a Cristo. Conozcamos mejor a la patrona de Italia.

Pensando en Catalina de Siena, la primera reflexión que surge es cómo la fe puede realmente conseguir elevarnos de nuestra condición, hacernos mejores, día tras día, hasta el punto de permitirnos realizar hazañas verdaderamente asombrosas en nuestra vida. Pero ¿qué tiene de increíble la historia de esta santa, que vivió en la Toscana de mediados del siglo XIV, en una tierra desgarrada por enfrentamientos fratricidas y profundas convulsiones políticas y religiosas, pero también atravesada por un aflato espiritual, cultural y artístico sin parangón? De ella recordamos sus símbolos, el libro y el lirio: la doctrina, por un lado, y la pureza, por otro. Una dicotomía que quizás sea también la clave para entender la grandeza de esta mujer, que ofreció su vida a Dios y a sus hijos más necesitados, que dividió su tiempo entre el cuidado de los enfermos, de los afligidos por dolencias tan desagradables y peligrosas que nadie más quería curar, y la redacción de textos teológicos que le valieron el título de Doctora de la Iglesia en 1970, que nunca antes se había conferido a una mujer. Un modelo de vida que aún hoy sigue vigente con extraordinaria actualidad. No en vano la mencionamos en nuestro artículo sobre Santos y Santas que han cambiado el mundo.

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Autora del Diálogo de la Divina Providencia, una de las obras maestras de la literatura mística medieval, Santa Catalina fue monja, teóloga y filósofa.

‘Casada’ en boda mística o desposorio místico con Jesús, confiaba en la salvación representada por el Papa (a quien llamaba el “dulce Cristo en la tierra”) y la Iglesia para todos los cristianos.

Sus Cartas de consuelo, consejo y exhortación, dirigidas a soberanos, condotieros y hombres de letras, tuvieron un efecto increíble en muchos acontecimientos y controversias. Luego fueron recogidas por sus discípulos en un precioso Epistolario que sigue considerándose un punto de referencia para todos los religiosos.

Bien podemos decir que sus escritos y su fervor dieron un gran impulso a la Reforma de la Iglesia.

Entre los santos y beatos, Catalina figura también entre los que se consideran santos sanadores y santos y santas a los que recurrir en caso de enfermedad. Esto no sólo porque es, entre otras cosas, la patrona de las enfermeras, sino precisamente por su labor de atención a los enfermos y a los enfermos graves, especialmente a las víctimas de terribles epidemias.

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Su amor absoluto y total a Jesús, capaz de llevarla a éxtasis místicos de rara fuerza espiritual, se considera un puente entre el cielo y la tierra, un ejemplo de devoción y plena confianza en Dios que tiene pocos iguales.

Pero ¿quién era Santa Catalina de Siena?

Su historia

Cuando nació Catalina, la vigesimocuarta de los veinticinco hijos de Jacopo Benincasa, tintorero, y su esposa Lapa Piacenti, nadie podía imaginar cuál habría sido su extraordinario destino. Era mediados del siglo XIV, y para una muchacha como ella, nacida en el barrio de Fontebranda, en la contrada dell’Oca, de familia humilde, no había otra perspectiva que el matrimonio y la creación de una familia propia. Pero Catalina no era una chica común. Ya de niña decía ‘ver’ cosas, como cuando a los seis años contó que Jesús se le había aparecido vestido como el Papa y con él San Pedro, San Juan y San Pablo.

Cristo mismo se le aparecería a los veinte años, acompañado de la Virgen María, Su madre, para hacerla Su esposa con un anillo símbolo de los desposorios místicos.

Pero ya de niña, Catalina parece prever su propio destino, pues a los siete años pronuncia el voto de castidad, y a los doce rechaza el matrimonio que sus padres quieren proponerle y manifiesta su intención de tomar los votos. Demasiado pobre para permitirse la considerable dote que debían presentar las mujeres para entrar en el monasterio, y con la oposición de su familia por sus ideas, se recluyó en casa, dedicándose a una vida de oración, penitencia y ayuno. Renuncia a la carne, se alimenta con muy poca comida, sólo hierbas amargas y fruta, y utiliza el cilicio. Finalmente, impresionado por su determinación, su padre cambia de opinión y decide ayudarla a realizar su sueño. Cuenta la leyenda que fue la visión de una paloma volando en círculos sobre la cabeza de su hija que rezaba lo que convenció al hombre. Pero para conseguir ser admitida en las Mantellate, las Terciarias dominicas conocidas como las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, Catalina tuvo que enfrentarse a más obstáculos. Al negársele el acceso a la orden por su juventud y belleza, es víctima de una fiebre que le desfigura el rostro y la hace parecer mayor de lo que es.

A los dieciséis años ingresa en la orden, pero durante tres años vive profundamente aislada de las demás hermanas. La razón es sencilla: al no saber latín, no puede participar en la oración común. Sin embargo, las Mantellate, que normalmente sólo aceptaban a viudas y mujeres de edad avanzada, permitían que vivieran en el mundo manteniendo sus votos de castidad, pobreza y obediencia. Y así en el mundo Catalina vive, dedicándose por entero a los más necesitados, a los enfermos, a los que fueron abandonados por sus propios familiares a causa de la gravedad de su condición.

Al final del Carnaval de 1367 se celebraron sus desposorios místicos con Jesús, matrimonio que vivió en un dulce éxtasis en el que quedó sancionado su profundo e imperecedero vínculo con Cristo.

Mientras tanto, también se dedicó a aprender a leer y escribir, aunque gran parte de sus cartas y obras fueron escritas para ella al dictado por la llamada “Bella brigada”, una especie de familia espiritual de discípulos que la amaban y la seguían a todas partes.

Así nacieron sus extraordinarios textos, como el Diálogo de la Divina Providencia, sus Oraciones y, sobre todo, sus Cartas, dirigidas a la gente corriente, soldados, religiosos, mujeres, incluso prisioneros, pero también a eminentes personalidades de la política y la religión de la época. A este último en particular somete cuestiones civiles y políticas, desde la pacificación de Italia, a la necesidad de una nueva cruzada, pasando por el regreso de la sede pontificia de Aviñón a Roma, hasta la reforma de la Iglesia. Temas elevados y complicados, que esta mujer del pueblo consigue abordar con un dominio verdaderamente milagroso, y un fervor impresionante, que corroboran en no poca medida los rumores de que estaba inspirada directamente por Dios.

El 1 de abril de 1375, Domingo de Ramos, mientras rezaba ante el crucifijo en la iglesia de Santa Cristina, recibió los estigmas, pero al principio sólo eran visibles para ella. Continuó sus actividades políticas y sociales, con el intento de detener la liga antipapal que había surgido en torno a Florencia, y un viaje a Aviñón para convencer al Papa Gregorio XI de que regresara a Roma. El pontífice se dejó convencer y regresó, pero a su muerte se produjo un cisma y la Iglesia quedó con dos Papas, Urbano VI y Clemente VII, que volvió a Aviñón.

Catalina murió el 29 de abril de 1380, encomendándose a Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi alma y mi espíritu”.

Patrona de Italia

Santa Catalina de Siena se celebra por tanto el 29 de abril, día de su muerte. A menudo se representa con el hábito típico de la orden a la que pertenecía, el de las Hermanas Mantellate: un hábito blanco cubierto con un manto negro. Sus emblemas son el lirio blanco, símbolo de su pureza y castidad, el anillo, que simboliza los desposorios místicos entre ella y Jesús, un libro y una pluma, que recuerdan su sabiduría y su actividad de escritora y teóloga, y también los estigmas, la corona de espinas, la cruz, el corazón.

Desde 1939 es patrona de Italia, junto con San Francisco de Asís. En 1999, Juan Pablo II la proclamó también copatrona de Europa.

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Novena a Santa Catalina de Siena

La Novena a Santa Catalina puede rezarse en preparación de su fiesta, el 29 de abril, y por tanto durante nueve días, del 20 al 28 de abril, o cuando surja la necesidad, para recibir apoyo y consuelo en un momento difícil.

Primer día

Por el espíritu de oración que tenías como un niño, por el que obtenías todas las delicias, y el saludo angélico que muchas veces repetías que servían de peldaños para un continuo ascenso hacia la Virgen Santa María, obtén para nosotros, te lo pedimos, la gracia de amarnos según tu ejemplo, la constancia en el ejercicio de la oración, la que hacías con tal fervor que te volvías digna de su cumplimiento.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Segundo día

Por el amor especial que tenías, oh gran Santa, por la virtud de la pureza, por la que a los ocho años te consagraste al Señor con un voto irrevocable y afeitaste tu cabeza, rechazaste las más honorables ofertas para obtener favores, por gracia eras siempre equilibrada de mente, corazón y estilo de vida, para aborrecer con intensidad todo lo que ofende, incluso ligeramente una virtud tan sublime que eleva los hombres a la esfera de los Ángeles y los convierte en el objeto más caro de la complacencia divina.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Tercer día

Por ese espíritu de recogimiento que tenías, oh gran Santa, por lo que no quisiste nunca ser vista por otras personas más que por tu Jesús, y distraída por la ocupación constante de tu familia, sabias como proporcionarte tanta soledad en tu corazón el cual está siempre ocupado por pensamientos del cielo, te rogamos nos obtengas, por favor, la gracia de querer para nosotros mismos la soledad y retiro, a pesar de todas las invitaciones que nos hará el mundo de participar en sus espectáculos, y que volvamos siempre a Dios nuestros pensamientos en medio de todas las ocupaciones y distracciones de nuestro estado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Cuarto día

Por ese espíritu de penitencia que tenías, oh gran Santa, desde los años de tu infancia, cuando hiciste ingeniosas mortificaciones aflictivas a su vez evitabas ropas delicadas, entonces ligada a la Tercera Orden Dominicana, te esforzaste en la abstinencia perpetua del vino y de la carne, y evitabas el sueño, alimentándote únicamente de hierbas crudas, durmiendo muy poco y en tablones desnudos, pasabas todas las horas en la oración, llevando siempre en torno a tu cuerpo un cilicio doloroso, afligías tu carne con tres disciplinas cada día, obtennos por favor, la gracia de observar más de cerca el ayuno y la abstinencia que nos manda la Iglesia, a tolerar con paciencia todo nuestro Dios afligido por quien nos dignamos, a mortificar espontáneamente todas las inclinaciones perversas de nuestro corazón y los deseos de nuestros sentidos, tratando de imitar el ejemplo de nuestro crucificado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Quinto día

Por tu caridad heroica que te mueve, oh gran Santa, a servir de manera voluntaria y dar remedio de tu propia mano al pobre enfermo abandonado por todos por la repugnancia y el hedor de sus llagas gangrenosas, y de los insultos y calumnias más vergonzosas, obtennos del Señor la gracia de estar siempre listos para ayudar al prójimo en todas sus necesidades y perdonar generosamente, de hecho responder de buen grado, todos los ultrajes recibidos, por lo que nos haremos merecedores en esta vida y en la otra, de la bendición recibida del verdadero manso y misericordioso.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Sexto día

Por esa admirable fortaleza con la que duplicabas tus plegarias, austeridades y fervor. Te han declarado, oh gran santa, por todas las persecuciones interiores que sufriste durante tanto tiempo con las imágenes de las más vergonzosas y violentas tentaciones, por las que recibiste recompensa de tu divino Esposo, de hablar y tratar con familiaridad a sus santos, y con la misma Virgen María, su madre, a la vez que recibiste raptos, éxtasis, revelaciones y una comunicación más íntima con El, la cual se hizo sensible con el regalo de un anillo precioso dedicado a su novia, obtén para nosotros, que te imploramos, la gracia que seamos igualmente fuertes contra los asaltos de nuestros enemigos espirituales, por lo cual crezcamos cada día más en el Amor Divino, para merecer la seguridad de la unión inseparable con el Sumo Bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Séptimo día

Por la luz sobrenatural, con la que estabas dotada milagrosamente, oh gran santa, por lo que podías aconsejar con muchas cartas a los mismos Papas, los cuales venían en persona a consultarte, y confirmar lo que habían resuelto en su propio corazón, y obtener de ti la respuesta largamente esperada por la Santa Sede en Roma, obtennos del Señor, la gracia de saber siempre en nuestras dudas lo que es más conforme a la voluntad de Dios y más conveniente para nuestra salud y el consecuente crecimiento de nuestro fervor a Dios, así como de nuestra edificación con respecto a nuestro prójimo.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Octavo día

Por la devoción única que tenías, oh gran Santa, a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, la cual recibiste de su mano y de su Sangre divina, luego perdiste el sabor de los alimentos, duraste durante ocho años desde el comienzo de Cuaresma hasta el día de la Ascensión sin alimentarte más que con la santa Eucaristía, te rogamos nos obtengas, por favor, la gracia de sentir por el Santísimo Sacramento un amor como el tuyo, donde encontremos nuestra delicia, permaneciendo mucho tiempo en su presencia, y recibirlo a menudo en nuestro pecho, procurándole la mayor glorificación posible.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Noveno día

Por ese amor extraordinario que tuviste por los sufrimientos por los cuales recibiste por gran ventura el sufrimiento en los estigmas invisibles y todos los dolores de un cuerpo crucificado, y sorprendida por la última enfermedad, te hiciste digna de admiración del mundo entero por la serenidad y la gloria con la que sufriste los tormentos más espantosos, obtén del Señor la gracia de recibir con resignación cristiana, de hecho con santa alegría todas las cruces con las que Dios se complace en visitarnos, para que, después de haber traído la mortificación de Cristo a nuestros miembros, podamos contigo participar en la plenitud de su bendición en la casa de la eternidad.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.