Cuaresma: qué es y cómo funciona

Cuaresma: qué es y cómo funciona

La Cuaresma es un período de penitencia que ocurre cada año en la vida de los cristianos, en preparación para la Pascua. No hay otra manera de definir la Cuaresma: es verdaderamente un momento de preparación, de profunda y única reflexión interior, indispensable para acercarse al misterio pascual. Nunca como durante la temporada de Cuaresma, los fieles están llamados a purificar el cuerpo y el espíritu, a orar para levantarse, sentirse más cerca de Dios, estar listos para recibirlo con plenitud de fe y gracia.

Este es un momento fundamental del año para los cristianos, ya que es el momento en el que nos estamos preparando para la Pascua, la festividad más solemne y espiritualmente fuerte para cada creyente. Para prepararse para esta celebración no es suficiente orar y seguir los preceptos de fe habituales. Es necesario purificar el cuerpo y el espíritu, poner a prueba la propia fe con ayunos y penitencias, mostrar su propia misericordia a través de obras de caridad y limosna. Es un ritual de preparación y purificación que se refiere a un pasado remoto, a rituales similares que se han consumido durante milenios en el contexto de las religiones paganas, en todas las partes del mundo. No es casualidad que la práctica del ayuno, una de las más importantes que debemos observar durante la Cuaresma, todavía ocurra hoy en muchos otros cultos: pensamos en el Ramadán para los musulmanes y en Kipur para los judíos.

En el pasado, los preceptos que regulaban la vida de los cristianos en Cuaresma eran mucho más rígidos y numerosos. Además de un ayuno mucho más espartano, preveían comer sólo pan y agua durante todo el tiempo establecido, también la obligación de peregrinaciones a menudo extenuantes, actividades caritativas que hacían imposible cumplir el trabajo y las tareas diarias, absorbiendo completamente la vida de los fieles. Los cristianos de hoy tienen una vida más fácil, aunque las reglas que deben seguirse en la Cuaresma son siempre tres: ayuno, limosna, oración.

Ayuno, limosna, oración

Por lo que concierne el ayuno, no hay necesidad de sufrir privaciones excesivas en la actualidad. Es suficiente evitar la carne los viernes incluidos en el período y observar el ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. También en este caso, el ayuno no es completo: se permite una comida por día y la ingesta de pequeñas cantidades de alimentos a lo largo del día. En esta práctica soloAyuno, limosna, oración queda un recuerdo simbólico de las normas de comportamiento que se observaron en el pasado, y que incluían no solamente el ayuno completo, sino también la abstención de cualquier otro acto destinado a satisfacer la carne. Abstinencia de la comida, el vino, el sexo, para purificar el cuerpo y elevar el alma. El verdadero espíritu del ayuno de la Cuaresma debe ser sacrificar algo que no se puede prescindir para mostrar que uno no teme enfrentar las privaciones en el nombre de Dios Padre. Sería bueno si cada uno de nosotros renunciara por este período a algo que le gusta mucho, un alimento en particular del que somos codiciosos, un pasatiempo que nos importa mucho, incluso la visión de una serie de televisión que nos apasiona o el uso de un social. No hace falta renunciar al brócoli y las zanahorias, a menos que sean nuestro plato favorito. Si no hay sacrificio, no hay mérito.

En el pasado, una conducta de vida sobria y moderada hacía que la práctica de dar limosna fuera aún más significativa, la segunda regla impuesta en la Cuaresma. Ofrecer a los demás en un momento en que se quitaba tanto de unos mismos, era un signo de gran sacrificio y fortaleza espiritual. El ayuno y la limosna se unen para ayudarnos a desviar la atención de nosotros mismos, de nuestras necesidades. Al renunciar a algo y soportar las privaciones, mientras que al mismo tiempo ofrecemos lo que podemos a los demás, luchamos contra nuestro egoísmo y aprendemos a reconocer a Dios en el rostro de los que nos rodean. Incluso hoy, se les pide a los cristianos que observen el período de Cuaresma para hacer buenas obras, hacer caridad, dar limosna, ayudar a los necesitados de acuerdo con sus posibilidades. Además, en este caso, todos deben construirse una Cuaresma a su alcance, creando ocasiones reales para acercarse a los demás, ofrecer su tiempo, su energía, su amor. Las ofertas económicas seguramente serán bienvenidas, pero también en este caso no pueden ser un paliativo, una forma de dar un regalito a Dios y al prójimo, y sentirse en paz. El amor por Dios se convierte en amor por el prójimo, y viceversa, en un flujo de sentimiento y fe que nos enriquece y nos acerca más al Señor.

Por último, el cuerpo y el alma purificados por el ayuno y levantados con limosna, están listos para la oración, la cual, fortalecida por las privaciones sufridas y por la generosidad demostrada, se vuelve aún más eficaz y agradable para Dios. En este precepto, más que nunca, la dimensión personal debe tomar la delantera. La oración es un diálogo íntimo con Dios, una confrontación a la que no es posible escapar, pero que también debe buscarse con alegría, con expectativa. Démonos el tiempo necesario para orar, permitámonos el silencio, no solamente lo que excluye los ruidos del mundo externo, sino el silencio interior, que nos permite dejar de lado las ansiedades de la vida cotidiana, nuestra angustia, nuestras preocupaciones, para dedicarnos solamente a Dios, a Su contemplación, a dialogar con Él. Una sola vela religiosa para iluminar la habitación.

La Cuaresma es la expectativa de algo que ya tenemos, es la reiteración de un ritual dirigido a un encuentro con Dios que se renueva año tras año, más fuerte, más intenso, más solemne. Un momento especial, que crece como cristianos, pero sobre todo como personas. La Cuaresma nos recuerda lo importante que es cada día liberarnos de las cosas materiales, de todo lo que nos mantiene firmemente anclados a nuestra vida diaria, a la posesión, a nosotros mismos, haciéndonos más pobres por dentro y menos abiertos a Dios y al prójimo.

El ayuno, la limosna y la oración se convierten así en manifestaciones de nuestro compromiso, de nuestra voluntad de conversión, ayudándonos a vivir sobre nuestra piel el amor de Cristo de una manera más intensa y auténtica.

40 días

La Cuaresma dura 40 días, un período que recuerda los 40 días pasados por Jesús en el desierto antes de comenzar a predicar (en realidad serían 44 días, porque los domingos de las cuatro semanas que lo componen no se cuentan). El número 40 tiene un fuerte valor simbólico, desde el Antiguo Testamento: el Diluvio universal duró 40 días, al igual que durante 40 días Moisés se quedó en el Sinaí para recopilar los Diez Mandamientos, y durante 40 años los judíos vagaron por el desierto buscando de la Tierra prometida. Estos son solamente algunos de los ejemplos en los que el número 40 aparece en la Biblia, el número que marca la espera, la búsqueda de Dios y la preparación inevitable, a menudo dolorosa, para acogerlo con conciencia.

También en el Nuevo Testamento a menudo ocurre el número 40. Además de los 40 días de la penitencia de Jesús en el desierto, pensamos en el período entre Su Resurrección y Su Ascensión al cielo, un período que dedicó a instruir a Sus discípulos y amigos.

Conversión y fragilidad humana

La Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo, el día que marca el comienzo de la Pascua. Con motivo del Miércoles de Ceniza, las palmas y las ramas de olivo bendecidas en el Domingo de Ramos del año anterior se queman, y con las cenizas obtenidas, los sacerdotes marcan la frente de los fieles, acompañando el gesto con una exhortación a la Fe y la conversión.

Conversión y fragilidad humanaEl sacerdote que marca la frente de los fieles recita las fórmulas: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” o “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver”. La primera es naturalmente una invitación a recuperar las riendas de su existencia, a abrir los ojos y a dirigir los pasos a la bondad y a Dios, mientras que la segunda se toma de la cita bíblica: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”(Gen 3,19). Una advertencia que nos recuerda nuestra fragilidad, que no somos más que polvo, cenizas, pero que, en este contexto, también subraya cuán nuestra fragilidad y pequeñez nos hacen agradable a Dios el Padre.

La Cuaresma es un momento ideal para redescubrir el valor del Bautismo, el habernos hecho parte de la Iglesia, el habernos hecho dignos de la Salvación en virtud del amor de Dios, de Su confianza en nosotros. Esa confianza, que no hicimos nada para merecer, porque éramos muy jóvenes cuando fuimos bautizados.

Debemos demostrar que lo merecemos ahora, recorriendo nuestro camino de cristianos y aprovechando períodos especiales como este para mejorarnos, purificarnos en el espíritu y así poder abordar con mayor conciencia y dignidad el Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, el milagro de la redención que Él nos ofrece. La Cuaresma es el momento litúrgico en el que podemos percibir con mayor intensidad la gracia salvadora de Dios, porque nos permite expiar nuestros pecados, volver a entrar en nosotros mismos para mirar a la cara a nuestra alma, y mejorarla, donde sea posible. En el momento en que nos sentimos más débiles y pobres, más frágiles e indefensos, estamos más cerca de Dios, de la fuerza indestructible de Su inmenso Amor.

El Bautismo nos acercó al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. La Cuaresma es el camino que debemos tomar para demostrar que hemos sido dignos, que seguimos siendolo.