San Francisco de Asís

San Francisco de Asís

Muchísimo ha sido escrito sobre San Francisco de Asís, uno de los santos más queridos y venerados de la Iglesia Católica, proclamado por el papa Pio XII patrón de Italia, junto a Santa Catalina de Siena. Y no es casualidad. Quizás más que cualquier otro santo, San Francisco fue capaz de acoger enteramente y totalmente la herencia espiritual de Jesucristo, Dios hecho hombre, pobre entre los pobres, último entre los últimos, hasta llegar a ser él mismo casi una nueva Encarnación, a través de su elección de vida cristiana, su predicación y su comunión perfecta con Jesús, visible en los estigmas.

Este estilo de vida, tan revolucionario para su época, conmovedor por su intensidad, hizo que San Francisco de Asís fuera mal mirado e incomprendido por sus contemporáneos, pero no entre los que buscaban la auténtica Fe, que enseguida lo amaron e intentaron seguir su enseñanza, que era la del Evangelio.

Imitador y discípulo de Jesucristo pobre y crucifijo, San Francisco supo recordar, a todos los que lo habían olvidado, la gran verdad del Cristianismo, o sea que la vida asociada a la de Jesús muerto en la cruz es un medio insustituible de salvación. Recordó a todos los que habían perdido el camino, que nadie llega a ser grande sin el sacrificio y que es necesario llevar su propia cruz con fuerza y coraje, agarrándose a ella día cada día, para mejorar, para alcanzar una nueva vida, una vida llena de felicidad en Dios. Para renacer, como San Francisco, a la vida verdadera.

Además, San Francisco, por primero, supo instilar en la comunidad de los creyentes un sentido de afiliación, en el cuerpo y en el espíritu, a la misma Fe. Aún hoy, frailes, monjas, seminaristas, franciscanos de la orden seglar, jóvenes devotos y amigos de San Francisco, son como los miembros de una verdadera, grande familia, unidos por un signo concreto de devoción cristiana y, sobre todo, por un compromiso de vida según el ejemplo de Jesús pobre y crucifijo. A pesar de haber pasado más de siete siglos, San Francisco aún es un símbolo de esperanza y renovación en la Iglesia, de paz para todo el mundo, de respeto por el hombre y toda la Creación.

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